El 12 de mayo de 2010 Zapatero anunció el
mayor recorte de la historia de la democracia española. Se congelaron las pensiones, se redujo el
salario de los funcionarios y desapareció el cheque bebé entre otras medidas
.
Sin
embargo, a pesar de la excepcionalidad que suponían esas medidas en la historia
de la democracia española, varios países europeos como Reino Unido o Grecia
venían adoptando medidas similares. Incluso América Latina y algunos países del
Sudeste Asiático venían adoptando este tipo de medidas en décadas anteriores
.
Pero ¿qué hay detrás de estas medidas? ¿Por qué se adoptan unas políticas y no
otras?
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Imagen bajo licencia CC - Silvia Zuleta Romano |
Los
supuestos de racionalidad que están detrás de los fundamentos básicos de la
economía de mercado, concretamente de la economía neoclásica, han sido
largamente criticados por numerosos académicos.
A menudo se acusa a la “ortodoxia” de falta de realismo de algunos de los supuestos
básicos y se pone en duda su capacidad de predicción.
En el terreno más práctico, es decir, en
el de las políticas públicas, hemos sido testigos del fracaso de algunas
medidas propuestas por la ortodoxia en relación a lo que se llamó el “ajuste
estructural” en América Latina. Paul
Krugman lo relata muy bien en su libro De
vuelta a la economía de la gran depresión.
Sin
embargo, a pesar de ese fracaso, se están sugiriendo por parte de organismos
internacionales o de la Comunidad Europea medidas en el mismo sentido a pesar
de las grandes diferencias entre países que conforman la Unión.
Si, como apuntan algunos economistas y
filósofos, las instituciones son tan
importantes para entender el desempeño económico de los países, ¿por qué, en épocas
de crisis, se predica con las mismas medidas económicas para cualquier tipo de
economía?
En este sentido, nos encontramos ante el
dilema de si debemos tener en cuenta el tipo de instituciones y normas que hay
en una determinada sociedad para poder hacer política económica o, por el contrario, podemos aplicar las mismas
recetas en todos los países.
Algunos teóricos parecen estar de acuerdo
en que las instituciones y las normas de
un determinado país son fundamentales para entender su desempeño económico (y
otras cosas más).
Sin embargo, a pesar de los numerosos
estudios en este sentido y de la evidencia empírica disponible, no parece ser
lo que tienen en cuenta los ministros de finanzas y los gobiernos a la hora de
elaborar una política económica.
En este trabajo, analizaremos uno
de los fundamentos básicos del libre mercado: la elección racional así como
algunas alternativas esbozadas por académicos tanto de la esfera de la economía
como de otras disciplinas. Empezaremos este ensayo, haciendo un breve resumen
de los fundamentos teóricos del libre mercado, es decir, esbozaremos los
principios que subyacen detrás de la escuela neoclásica de economía, entre los
que figura la elección racional. Para ello, contaremos con las aportaciones de
Friedman (1953) y Williamson y Winter (1996).
Luego, nos adentraremos en los aspectos concretos de la elección
racional. Para este apartado nos basaremos en los aportes de Elster (1994)
vistos en el curso. A continuación, analizaremos algunas alternativas a la elección
racional propuestas por algunos economistas, concretamente analizaremos la
racionalidad limitada en Williamson y la economía evolutiva (Guala, 2007 y
Williamson, 1996). Consideramos importante el aporte de estos economistas no
solo por brindar una alternativa a la elección racional si no que esbozan una
teoría de la empresa que nos ayuda a entender el origen de esta particular
institución. Asimismo, analizaremos brevemente la naturaleza intrínseca de las
normas y las instituciones tal como lo plantea Elster con aportaciones de Lewis (1969) y Bicchieri
(2006). Por último, haremos un repaso por algunos temas no tan estudiados en
profundidad por los economistas: el surgimiento de las instituciones tal como
lo plantea Searle. Creemos que esta visión complementa la visión de Williamson,
Coase y Winter.
Cualquiera que haya estudiado economía
aunque sea a nivel elemental puede constatar el universo hermoso e idílico de
algunas teorías microeconómicas.
No relataremos aquí todo el soporte
teórico que hay detrás de la teoría de la empresa o de la teoría del consumidor
pero sí nos parece importante detenernos en algunos supuestos que puede comprobar
cualquier lector en los numerosos libros de texto de microeconomía que existen
en el mercado.
Todo ellos coinciden en describir un mundo
de ensueño donde las empresas como los consumidores actúan individualmente, por
interés propio y donde son económicamente racionales y siempre intentan
maximizar su beneficio. Además, las
empresas actúan en mercados donde poseen información perfecta que les permite
siempre tomar la mejor decisión que maximice su beneficio. Del mismo modo, los
consumidores, a partir de su “función de utilidad”, son capaces de expresar sus
demandas, contando también con información perfecta que les permite ordenar sus
preferencias de forma perfectamente racional(Williamson,
Winter, & Coase, 1996).
Llama la atención, en estos textos y en
general en la enseñanza de la economía, por lo menos al nivel elemental, que no
se haga ninguna referencia al rol de las instituciones ni al rol que juega el oportunismo en las contrataciones a largo plazo. De hecho, no hay referencias a la naturaleza
intrínseca de una de las instituciones más importantes del mundo económico y
social: la empresa ¿porqué existen las empresas si ya tenemos el mercado para
asignar eficientemente los recursos? Esta es la pregunta que se hizo Coase al
estudiar el mundo empresarial
estadounidense donde vio que a menudo los arreglos contractuales entre empresas
constituían una vía para escapar de los “azares del oportunismo”. De acuerdo, a
la economía del libro de texto, no es labor del economista estudiar el
funcionamiento interno de las empresas (ni de ninguna institución) pero ¿somos
capaces de entender el mundo económico ignorando la naturaleza de las
instituciones?
Para algunos, es aquí donde radica uno de
los principales errores de la llamada “economía ortodoxa”: en sus teorías,
desdeña el rol de las instituciones en el desempeño económico empezando por la
omisión total del importante rol que tiene su principal institución: la
empresa. Concretamente:
“La ortodoxia
del libro de texto se funda en la aseveración defendible de que la
característica central de la empresa es su papel como depósito de conocimiento
productivo, pero es muy deficiente en su descripción de ese papel. (…) Lo más
importante es que la ortodoxia del libro de texto no ofrece ninguna base para
comprensión de los incentivos y los procesos de las empresas que producen el
cambio tecnológico y organizativo. Esta deficiencia se relaciona estrechamente
con su inadecuación en la explicación de las fronteras de la empresa o, más
ampliamente, de los diversos arreglos de los medios que protegen las corrientes
de rentas y organizan las transacciones en relación con el conocimiento
productivo de diversos tipos (Teece, 1982, 1987). Se relaciona también
estrechamente con la omisión total, por parte de la ortodoxia, del problema de
la actuación efectiva de las empresas en las tareas de almacenamiento del
conocimiento que se encuentra detrás de la competencia productiva…” ((Williamson et al., 1996, p. 258).
¿Podríamos explicar la economía de hoy sin
entender cómo y en qué contexto
surgieron empresas como Google o Amazon? Probablemente no. Tampoco seríamos
capaces de entender porqué en determinados países se crean empresas
tecnológicas y en otros no o porqué España depende del sector del turismo y de
la construcción para explicar su desempeño económico.
A menudo, se ha criticado a la ciencia
económica ortodoxa por la falta de realismo de sus supuestos. Sin embargo, muchos economistas piensan que la
economía no está para explicar la realidad social sino simplemente para
predecir hechos en el futuro.
En la medida en que esos supuestos, en
teoría, poco acordes a la realidad, sirvan para realizar correctas
predicciones, podremos incluirlos dentro de nuestro marco teórico de trabajo.
En este sentido, Friedman afirma que: “el rol principal de la ciencia positiva en el desarrollo de
una teoría o hipótesis es que nos conduzca a predicciones validas y
significativas (no obviedades) sobre fenómenos que no han sido todavía
observados.”
Asimismo, se atreve a afirmar que “las diferencias que se observan entre
ciudadanos en relación a las políticas económicas derivan de diferentes
predicciones acerca de las consecuencias económicas de determinada acción más
que de diferencias en valores
fundamentales”(Martin & McIntyre, 1994, p.
648-649).
En este contexto, las hipótesis que se propongan tienen que poder actuar
como si fueran reales en un mundo excesivamente simplificado y claro. Por eso,
para muchos economistas es un error juzgar una teoría por su cercanía con la
realidad. Solamente es relevante la potencia predictiva que posea. Y para ello,
el enfoque de la elección racional parece que es el que más ventajas posee para
el economista en su búsqueda de
“simplicidad” en sus teorías.
La elección racional constituye uno de los
principales pilares de la ciencia económica ortodoxa pero ¿qué entendemos por
racionalidad? ¿Por qué es tan útil para la ciencia económica? La elección
racional es útil a la ciencia económica justamente porque prescinde del rol de las
instituciones y las normas sociales para entender el comportamiento social y,
más concretamente, el económico. En este
sentido, como señala Elster (2007) en Tuercas y Tornillos,
“La elección
racional es instrumental: está guiada por el resultado de la acción. Las
acciones son evaluadas y elegidas no por sí mismas sino como un medio más o
menos eficiente para otro fin”. (…) la elección racional se ocupa de hallar el
mejor medio para los fines dados” (Elster, 2007, p. 31-33).
Además, la elección racional, como
apuntábamos, está definida para un solo individuo no para un grupo de personas.
Por esta razón, la maximización del consumo se realiza independientemente de
otros criterios como el beneficio de una comunidad concreta o la equidad.
Sin embargo, los criterios de racionalidad
requieren de una serie de requisitos que deben cumplir los individuos que
muchas veces nos acercan más a la descripción de un robot que de una persona de
carne y hueso:
“Para que sea
racional una acción debe ser el resultado final de tres decisiones óptimas.
Primero debe ser el mejor medio para realizar el deseo de una persona dada sus
creencias. Luego esas creencias en sí mismas deben ser óptimas dada la prueba
de que dispone la persona. Finalmente, la persona debe reunir una cantidad
óptima de pruebas, ni demasiadas ni muy pocas.”
O resumido: “dado C, B es la mejor acción
en relación a un conjunto de deseos”(Elster,
2007; Martin & McIntyre, 1994, p. 315).
Donde C son las creencias y B el comportamiento.
Esta es la base de la teoría del
consumidor basada en la utilidad ordinal que podemos encontrar en cualquier
libro de texto. La misma nos dice que los consumidores son capaces de ordenar
sus preferencias en función de la
utilidad
esperada por lo menos de manera ordinal de forma que nos permita obtener
una función de demanda. ¿A qué nos
referimos exactamente con utilidad? Pues, nos referimos al placer subjetivo que
experimenta una persona al consumir un bien. Este concepto, desarrollado por
Jeremy Betham está en la base de la teoría del consumidor(Samuelson
& Nordhaus, 1990)
pero ¿Cómo ordenamos nuestras preferencias de consumo? Informándonos.
Este “consumidor robot” posee información perfecta, otro supuesto
primordial para entender la racionalidad del consumidor.
Sin
embargo, debemos destacar algunas falencias evidentes que han esbozado algunos
teóricos: a simple vista, revisando los postulados vistos en apartados
anteriores, nos cuesta imaginarnos al consumidor maximizador que proponen
algunos economistas. Numerosos han sido los críticos que tanto dentro de la
disciplina económica como fuera de ella, han expuesto de manera más o menos
detallada, sus pegas a este concepto de racionalidad. Elster (Martin & McIntyre,
1994)
es uno de ellos. Uno de los aspectos más problemáticos de la teoría de la
elección racional tiene que ver con la recopilación de la información que debe
realizar el agente maximizador. Obtener información a menudo es costoso y puede
ser dificultoso para un agente sopesar
los costos de obtener más información. Por otro lado, en un mundo gobernado por
la incertidumbre, es muy difícil encontrar evidencia que sea fiable. ¿Cómo
decidimos si debemos comprar una casa cuando no sabemos con exactitud a qué
nivel estará la tasa de interés el año próximo? Ni siquiera un experto en el
mercado inmobiliario puede tener esta información por lo que el ámbito de la
racionalidad se ve ampliamente constreñido.
En principio, nuestras decisiones
económicas dependerán de lo que hagan otros. ¿Subirá el Banco Central Europeo
las tasas de interés? Si tenemos en cuenta que el Euribor se rige, en mayor o
en menor medida, por las tasas de
interés que fija el Presidente del Banco Central Europeo, debemos no sólo
obtener información histórica, si no suponer que los patrones que se han
repetido en el pasado volverán a suceder.
Numerosas decisiones económicas que
tomamos día a día dependen de lo que pensamos que otros van a hacer.
Especialmente cuando nos movemos en mercados lejanos de la competencia perfecta.
Por esta razón, muchos economistas se han visto atraídos por la teoría de los
juegos y sus derivaciones que intenta plasmar teóricamente esa interacción
entre diferentes jugadores. Pero antes, veremos una propuesta de racionalidad
elaborada por Williamson y Coase que pretende acercarse más a la realidad en la
que vivimos a la vez que intenta elaborar una teoría de la empresa que nos
permita entender su nacimiento.
La racionalidad limitada
La economía de los costos de transacción(Williamson
et al., 1996),
una alternativa a la economía neoclásica, propuesta por Coase parte de la
premisa de que las transacciones del mercado tienen un costo, algo que los
economistas ortodoxos no tenían en cuenta en sus análisis. En este sentido, la
unidad de análisis no es el individuo si no la transacción. Justamente, porque la información es costosa,
la institución de la empresa nace como la manera más evidente de minimizar los
costos inherentes a actuar en el mercado.
Los supuestos de los que parte son dos y muy simples:
ü
Los agentes económicos son intencionalmente
racionales pero solo de forma limitada
ü
Los agentes económicos son propensos al
oportunismo.
En base a esto, Williamson propone “organizar
la actividad económica para ahorrar la racionalidad limitada al mismo tiempo
que se salvaguardan las transacciones en cuestión contra los riesgos del
oportunismo”(Williamson
et al., 1996, p. 130).
No debemos pensar que la racionalidad
limitada significa irracionalidad. Los individuos quieren actuar racionalmente
pero la falta de tiempo y el costo que conlleva la obtención de información
limita esa racionalidad.
En cuanto al oportunismo, nos referimos a
que los individuos buscan el interés propio por encima de todo, lo que implica,
en determinados casos, incluso la traición. Es por esta razón, que las meras
promesas no son validas. Los agentes buscarán mecanismos para que esas promesas
sean cumplidas, por medio de contratos y normas.
Es decir, de acuerdo a estos autores,
creamos instituciones como las empresas para escapar del alto costo que tiene
la información para el individuo y para huir del oportunismo. Esta es la hipótesis de trabajo de Coase pero
¿podemos decir lo mismo de todas las instituciones? ¿Podemos extrapolar esto a
las normas sociales y a las convenciones? ¿Sirven las mismas para escapar de la
incertidumbre que reina en la sociedad?
El rol de la historia y la repetición: la economía evolutiva y la teoría de
los juegos
La teoría de los juegos, creada por John
von Neumann y Oskar Morgenstein en 1944, es “el estudio de los mecanismos en
que las interacciones estratégicas entre agentes económicos produce resultados
en relación a las preferencias de esos agentes”(Don, 2010, p. 1). La teoría de los juegos, tal
como la entienden los economistas, no es una teoría “empírica” en el sentido de
que pueda ser refutada si no que es un cuerpo teórico que sigue los principios
de elección racional esbozados en apartados anteriores y en donde se mantienen
los supuestos del agente económico maximizador de bienestar.
Sin embargo, tanto en Economía como en
otras ciencias sociales, a menudo, es interesante analizar qué pasa cuando
realizamos juegos repetitivos, es
decir, cuando existe una interacción continuada, en donde los jugadores esperan
enfrentarse a situaciones similares en distintas ocasiones. Concretamente, nos
interesa estudiar los juegos de
coordinación en donde la utilidad de los jugadores depende, en parte, de
que todos actúen de la misma manera. David Lewis(1969) fue el primero en estudiar
estas cuestiones en profundidad. Es decir, Lewis encontró una manera de
explicar porqué a veces actuamos todos de la misma manera. Por ejemplo, los
especuladores actúan en base a lo que piensan que el resto hará y, en base a
ese criterio tan etéreo, grandes masas
de dinero pueden desplazarse de un país a otro en un abrir y cerrar de ojos.
Sin embargo, a menudo, en los problemas de
coordinación no tenemos la seguridad completa acerca de lo que hará el otro y
eso dependerá de las recompensas que obtenga un jugador con determinada acción.
En este contexto, ¿podemos decir que sigue vigente el concepto de racionalidad
tal como lo esbozábamos en apartados anteriores? Parece que para Lewis así es,
ya que la coordinación será racional si tiene en cuenta las expectativas mutuas
acerca de lo que harán los agentes implicados en el juego en relación a sus
preferencias.
Lewis utiliza este marco teórico para explicar
las convenciones, es decir, en juegos
repetitivos en los que se ha llegado a un equilibrio de forma reiterada, los
jugadores pueden tener incentivos para repetir una acción que les puede haber
resultado beneficiosa. Por ejemplo, en un cartel, acordar los precios a los que
se venderán determinados productos en un momento preciso puede ser beneficioso
para todos los empresarios implicados en el juego que, movidos por el interés
propio, acuerdan una estrategia de precios. Esto lo hemos visto con claridad,
con determinadas industrias como la tabacalera o la aeronáutica. Sin embargo, lo que es central en el análisis
de los juegos de coordinación es el rol de la historia y la repetición,
cuestiones que han sido cruciales para el estudio de la economía desde el punto
de vista evolutivo.
Al igual que en la economía de los costos
de transacción, en la economía evolutiva
se parte de la racionalidad limitada. Algunos autores han intentado llevar el
marco teórico de la racionalidad a la teoría evolutiva de los juegos no sin
grandes dificultades. Sin embargo, para Winter(Williamson
et al., 1996)
podemos usar un marco teórico parecido tanto para la economía de los costos de transacción como para la economía evolutiva. En concreto,
“el esfuerzo
explicativo se concentra en la dinámica. Al igual que en la economía de los
costos de transacción, la economía evolutiva tiende a dirigir la atención hacia
el comportamiento económico observado y no hacia conjuntos de posibilidades
hipotéticas.” (Williamson et al., 1996, p. 260)
En este contexto, Lewis “restringió su
análisis a juegos estáticos en donde los agentes eran modelados de tal forma
que elegían estrategias, dada una función de utilidad que era determinada
exógenamente”(Don,
2010, p. 15).
En la
teoría de los juegos evolutiva, ya no pensamos en función de encontrar
una estrategia que sea mejor que otra ya que a menudo podemos encontrarnos con
varios equilibrios que nos impiden elegir cual es mejor. Los economistas,
justamente, utilizan la economía evolutiva para intentar discernir qué
equilibrio es mejor(Guala,
2007).
Bajo este nuevo punto de vista, lo que nos preocupa no es tanto buscar un
equilibrio, si no que el mismo sea estable a lo largo del tiempo(Don, 2010) y en donde las estrategias que maximizan la
utilidad son imitadas por otros jugadores de manera que en algún momento del
tiempo prevalecen en ese grupo de población(Guala, 2007).
Este marco teórico parece explicar mejor
la economía de mercado tal como la estamos viviendo. Muchas de las decisiones
económicas que toman los países dependen de lo que digan importantes
instituciones como es el caso del FMI o del Banco Central Europeo. Pero hay
más. Tal como exponíamos con anterioridad, el estudio del rol de las normas
sociales ha sido poco explorado por los economistas y su marco teórico puede
ser útil para entender la actual situación económica de los países. De ello nos
encargaremos en el apartado siguiente.
Las normas sociales
A diferencia de las convenciones, las
normas sociales no surgen como resultado del interés propio de los agentes, si
no que requieren de la cooperación y la reciprocidad(Bicchieri,
2006).
Dos conceptos muy poco usados en el ámbito de la economía y que sin embargo,
son cruciales también para entender el mundo de la empresa.
Concretamente, para que exista una norma
social tiene que haber una cantidad suficientemente importante de seguidores
por lo que la experiencia pasada a menudo es más importante que la elección
racional.
A menudo, las normas sociales dependen de
un contexto determinado en el cual los otros esperan de uno un comportamiento
determinado y viceversa (Guala,
2007).
En muchos casos, no somos capaces de explicar por qué actuamos como actuamos lo
que nos aleja mucho de los modelos de acción racional. De hecho,
“las normas no
necesitan de sanciones externas para ser efectivas. Cuando las normas son
internalizadas se las sigue aun cuando la violación pueda pasar inadvertida y
no ser sometida a sanciones. La vergüenza y la previsión de la vergüenza es una
sanción interna suficiente.” (Elster, 2007, p. 120)
Tal
como habíamos planteado antes, los modelos de acción racional no nos permiten
entender cómo surgen las instituciones ya que solo se interesa por los
resultados. De eso nos encargaremos en el apartado siguiente analizando los
aportes que ha hecho John Searle en esa materia.
Como habíamos visto con anterioridad, el
estudio de la economía ortodoxa, en el contexto de la elección racional,
implicaba dejar de lado el rol que juegan las instituciones. Tal como señala
Searle(Searle,
2005),
a menudo, los libros de texto de economía definen esta ciencia como el “estudio
de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir
mercancías valiosas y distribuirlas entre diferentes grupos”(Samuelson
& Nordhaus, 1990)
.
Obviamente, este tipo de definiciones
dejan de lado el rol que las instituciones juegan en el desempeño económico de
los países. Como hemos visto con anterioridad, algunos economistas como Coase
pertenecientes a la economía institucional se han encargado de criticar este
punto y han intentado dar una explicación plausible del origen de una las
instituciones más importantes del actual sistema económico: la empresa.
Searle (2005) intenta explicar porqué los
seres humanos creamos instituciones. Existen tres nociones fundamentales:
·
Intencionalidad colectiva: esta noción es la
base de sociedad tanto humana como animal y cubre no solo las intenciones si no
también las creencias y los deseos colectivos.
·
La asignación de funciones: es la capacidad de
asignar una función específica a un objeto concreto. Uno de los ejemplos más
evidentes, es el del dinero.
·
Funciones de status: en este caso nos referimos
a los objetos o personas que tienen un status especial en función no solo de su
estructura física si no en virtud del hecho que se le ha asignado de forma
colectiva una función específica.
En este sentido, una institución es
“cualquier sistema de reglas aceptado de forma colectiva que nos permita crear
hechos institucionales”(Searle,
2005, p. 21).
Volviendo al mundo de la empresa, podemos
decir, bajo la óptica de la economía de los costos de transacción, que las
instituciones surgen como una manera de escapar de la incertidumbre que reina
cuando carecemos de las tres nociones de las que nos habla Searle. ¿Es posible
explicar el capitalismo actual sin la intencionalidad colectiva? Probablemente
no.
En cualquier caso, algunos economistas son
reacios a este tipo de interpretaciones y prefieren intentar explicar las
instituciones de forma mucho más simple: a través de las acciones e
incentivos. Si prescindimos de las tres nociones
de Searle, podemos ver que los hechos institucionales van aparejados a una
serie de acciones que tienen lugar en función de unos incentivos. En base a los
incentivos, podemos explicar el surgimiento del dinero o el establecimiento de
fronteras en los países(Smit,
Buekens, & du Plessis, 2011). ¿Y dónde queda la racionalidad en este debate?
Probablemente, en un lugar lejano. Lo importante es que contribuciones como las
de Searle ofrecen una explicación plausible de instituciones económicas que
algunos economistas no han sabido exponer con claridad.
Hemos intentado en este trabajo esbozar
algunas reflexiones sobre el rol de las instituciones y las normas sociales en
el actual desempeño económico de los países. Nos hemos planteado si la ciencia
económica realmente tiene en cuenta estas nociones a la hora de elaborar sus
teorías y si los economistas las tienen en cuenta cuando hacen política
económica.
Por lo que hemos podido estudiar,
constatamos que existe una total desconexión entre lo que postulan algunos
teóricos y lo que luego se hace en política económica. Hemos visto que, en los últimos años teóricos
como Searle o economistas como Williamson han esbozado otros modos de entender
el sistema económico y social.
Sin embargo, parece que seguimos guiados
por los postulados que propone la ortodoxia. No hace falta ser economista o un
especialista para saberlo. Esto lo vemos
todos los días, en especial, en Europa. Basta con seguir las noticias, para ver
que se están adoptando medidas muy similares en países tan dispares como
Grecia, España o Reino Unido, es decir, bajada de salarios públicos,
alargamiento de la edad de jubilación,
recortes en Sanidad, privatizaciones, etc.
De hecho, si prestamos atención a las
razones que se dan para establecer estas políticas, podemos ver que no tienen
que ver con evidencia empírica que
respalde esas medidas, si no que se suele hacer referencia a términos como el
“humor de los mercados”, el “déficit”, la prima de riesgo, etc. No parece que
estemos lidiando precisamente con agentes muy racionales.
No son, en este sentido, medidas hechas “a
medida” de los países en cuestión. Este
análisis, trasciende la naturaleza de este trabajo, pero estaría bien realizar
un estudio pormenorizado sobre esta cuestión ya que es de vital importancia
conocer porqué los países adoptan las medidas económicas que adoptan y qué
postulados (si los hay) hay de detrás de esas decisiones.
Simplemente, en este breve estudio, hemos querido esbozar
algunas cuestiones que nos pueden ayudar a reflexionar sobre la naturaleza de
las instituciones y las normas sociales en el contexto de la ciencia económica
y su relación con el mundo actual. Esperamos que este breve trabajo sirva para
futuras líneas de trabajo o por lo menos
para hacernos pensar.
Bicchieri, C. (2006). The grammar of
society : The nature and dynamics of social norms (1 pub ed.). Cambridge ;
New York: Cambridge University Press.
Ross,
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Guala, F. (2007). The philosophy of
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Williamson, O. E., Winter, S. G., &
Coase, R. H. (1996). La naturaleza de la empresa: Orígenes, evolución y
desarrollo (1a en español ed.). México: Fondo de Cultura Económica.