Una reflexión sobre el lenguaje o por qué algunos científicos son unos chantas


En los Presupuestos Generales del Estado para el año 2011 elaborados por la ex ministra de economía Elena Salgado, se preveía un crecimiento del PIB en España para ese año del 1,8%. Sin embargo, pronto se vio que no había consenso acerca de esta cifra. Desde diferentes instituciones, tanto españolas como europeas, se apuntaba a una cifra menos optimista. Concretamente, el Banco de España ya en marzo de 2011 rebajaba la cifra al 0,8%[1] mientras que la OCDE lo hacía hasta el 0,7%[2]. En cualquier caso, no fue sino hasta noviembre de 2011 que el gobierno reconoció que la cifra era demasiado optimista por lo que José Manuel Campa (ex secretario de Estado de Economía) se vio obligado a recortar su previsión situando el crecimiento del PIB en 2011 en 0,8%[3], cifra ya adelantada por los organismos antes citados y por otros como el Servicio de Estudios del BBVA. 
Pero, ¿por qué consideramos relevante este baile de cifras relativo al crecimiento de España? A lo mejor nos interesa porque constituye una pequeña muestra de un  debate mucho más profundo que tiene en vilo a muchos economistas y ¿por qué no? a muchos científicos. El debate de las cifras. Concretamente, los números  constituyen la principal base empírica de los economistas. Muchos científicos económicos y el público en general se preguntan hasta qué punto pueden confiar en las cifras económicas que utilizan los economistas y que utilizan los políticos.
Y nosotros nos preguntamos: ¿realmente importan los números cuando hacemos política económica?  ¿Tienen en cuenta los políticos o los técnicos la evidencia empírica (sea cual fuere) a la hora de tomar una decisión de política económica como puede ser aplicar medidas antidéficit (como la reducción del salario de los funcionarios o el congelamiento de las pensiones) o se tienen en cuenta otros factores más bien de coyuntura política (presión de la Comunidad Europea o de los “mercados”)?
En definitiva, estamos hablando de llevar la ciencia a la esfera económica lo que supondría poder dotar de verdaderos técnicos a aquellas instituciones que deban hacer política económica.
¡Un momento!- podrían alegar algunos. ¿No tenemos gobiernos técnicos en Grecia y en Italia? Sí. Pero no vemos que se estén aplicando políticas que respondan a las especificidades de cada país.   Entonces, ¿qué sacamos en limpio de todo esto? Probablemente que la política manda sobre la ciencia. Y que quizá la economía de unos pocos países manda sobre la política.
Pero… ¿qué tiene que ver esto con Sokal y sus amigos? Mucho y nada. Nada que ver con España y su situación económica pero mucho si tenemos en cuenta la falta de consenso en relación a un dato tan simple como el crecimiento económico. Y básicamente, de eso trata el libro de Sokal: de la falta de consenso.
No realizaremos un resumen de su polémico libro pero sí destacaremos algunos aspectos de su obra que revisten  especial interés.  ¿De dónde partimos? El punto de partida es una parodia protagonizada por Alan Sokal (actualmente profesor en la University College London) con su paper Transgredir las fronteras, publicado en 1996 en la revista Social Text en el que el autor se propone ridiculizar a la corriente posmodernista de la ciencia que postula que la misma es sólo una “construcción social”. El paper provocó un verdadero escándalo en la comunidad científica ya que el mismo era un absurdo de metáforas extraídas de la matemática y llevadas a la ciencia social de manera totalmente arbitraria y carente de sentido. Unos meses más tarde, Sokal desveló que todo era un montaje que tenía por objetivo denunciar a las corrientes posmodernistas por usar un lenguaje confuso y sin sentido. En concreto, para Sokal el posmodernismo “es un entramado de ideas tan complicado-con tan solo unos nexos lógicos entre ellas-que resulta difícil caracterizarlo con mayor precisión que como un vago Zeitgeist.”
 En este sentido,  Imposturas intelectuales  constituye, ante todo, un grito desesperado de un grupo de científicos por salvar a la izquierda de ahogarse en las atractivas aguas del “relativismo epistémico”.  ¿Cómo lo hacen? Intentando aclarar de forma definitiva las motivaciones que llevaron a Alan Sokal a realizar su parodia. Pero no se queda solo en eso: los autores nos cuentan sus motivaciones y a la vez realizan una suerte de repaso histórico del movimiento posmodernista, sus orígenes y sus principales protagonistas que van desde algunos exponentes del psicoanálisis a algunos postulados del “programa fuerte”.
Pero Imposturas intelectuales tiene un objetivo más ambicioso: a través del análisis de las obras de  celebres intelectuales como Jaques Lacan o Bruno Latour, Sokal y Bricmont nos muestran los abusos que se cometen cuando dejamos de lado la evidencia empírica y nos sumergimos en el mundo del lenguaje.
Varios temas de interés  atraviesan esta obra. Temas que han sido ampliamente debatidos en el ámbito de las ciencias sociales. Sin  duda,  el principal es el rol del lenguaje en las ciencias y cómo éste puede ayudar a confundir aún más a una audiencia que en muchos casos no tiene una formación científica. En palabras del autor, el libro  trata sobre la “mistificación del lenguaje deliberadamente oscuro, la confusión de ideas y el mal uso de conceptos científicos”.
A lo largo del mismo, los autores citan varios extractos de las obras de eminentes científicos y se dedican  a desmenuzar pasajes  intencionadamente oscuros. En este sentido, el libro tiene un tono, que atraviesa toda la obra, de burla y ridiculización de ciertos autores. De hecho,  es inevitable que en determinados pasajes se nos escape, al menos una sonrisa, por ejemplo cuando  Luce Irigaray intenta realizar un análisis de corte feminista para entender las matemáticas  o cuando Jaques Lacan ofrecen paralelismos entre el psicoanálisis y las matemáticas. Sin duda, estos dos capítulos son los más jugosos de todo el libro.
Pero, más allá del contenido jocoso que puede aportar este texto para intentar comprender el “relativismo epistémico”, esta obra se ve atravesada por ciertas cuestiones de sumo interés  que siguen quedando sin respuesta: ¿Hasta qué punto el contexto social determina nuestra manera de hacer ciencia? En este sentido, Bricmont y Sokal como físicos intentan mostrarnos que hay ciertas teorías que no pueden ser una “mera construcción social” (Sokal nos invita a que nos tiremos del piso 21 de su departamento por si tenemos dudas sobre la ley de gravedad).
Y sí, sus argumentos son impecables: ellos nos dicen que hay cosas que no podemos cuestionar. No podemos cuestionar que hoy llueve en Madrid y no podemos cuestionar la ley de gravedad. Pero, ¿podemos cuestionar la tasa de inflación que publica el Ministerio de Economía? ¿Podemos cuestionar las predicciones de crecimiento de la economía española para el año que viene?  Muchos de los ejemplos que Sokal plantea pertenecen al campo de las ciencias naturales. De hecho, podemos decir que en el ámbito de las ciencias duras se han hecho avances tangibles, incluso en algunos ámbitos de las humanidades como la historia. Pero, ¿qué podemos decir de la ciencia económica? ¿Realmente hemos avanzado algo?
                La Economía como disciplina ha intentado resolver este dilema intentando extrapolar el método científico utilizado en física al campo de la economía aplicada. Sin embargo este hecho ha tenido muchos detractores a la luz de los resultados de esta práctica en materia de predicción y diagnostico de los problemas económicos.
¿Podemos predecir en Economía como se hace en las ciencias duras? No todos parecen estar de acuerdo. Algunos economistas como Dreidre Mc Cluskey creen que, justamente, la economía no es más que retórica y que la predicción es imposible (invito a los lectores de Sokal a leer  La retórica de la economía[4] de este autor en donde desmenuza el lenguaje utilizado por los economistas para “seducir a su audiencia”. Es decir, se pone de manifiesto los recursos estilistas que  éstos utilizan como las metáforas, las llamadas a la autoridad o el uso de la matemática y la estadística). Este autor va más lejos que muchos relativistas: para él, “la ciencia es un ejemplo de escritura con intención, la intención de persuadir a otros científicos. (…) Lo que distingue a los buenos economistas de los malos es solamente el grado de sofisticación en el lenguaje que usan”.
                No sabemos quién lleva razón pero, tal como ilustramos en el ejemplo del principio, basta con observar las predicciones de ciertos organismos internacionales o consultoras privadas para saber que difícilmente se puede estimar con certeza cuanto crecerá la economía de un país en determinado momento. Por lo menos, no hay consenso acerca de las cifras. Esto nos obliga a pensar si el análisis de Sokal no tiene un sesgo importante al no tener en cuenta las dificultades de ciertas ciencias sociales para predecir e, incluso me atrevería a decir, para diagnosticar un problema.
Y estoy pensando otra vez en la Economía. Sokal es científico y piensa que los posmodernos cuestionan la ley de gravedad. De hecho, los ejemplos que pone en su libro, en su mayoría, están sacados del ámbito de la física, disciplina que él controla perfectamente (el mismo reconoce que su lista de “sin sentidos” no es exhaustiva) pero ¿qué pasa con otras disciplinas más endebles?
Me gustaría saber qué opina Sokal del lenguaje “deliberadamente oscuro” que se utiliza en determinadas corrientes económicas para explicar la economía. Estoy pensando en la escuela neoclásica, acusada en muchas ocasiones de abusar de la matemática para explicar la economía.  Los defensores de esta corriente no suelen ser tachados de posmodernos y, sin embargo, el uso que hacen del lenguaje se parece mucho a la descripción que hace Sokal cuando habla de la extrapolación de la matemática a las ciencias sociales, en especial en lo que al uso de la matemática se refiere[5].
Solo basta con echar un vistazo a cualquier libro de Microeconomía. A menudo, se utiliza un lenguaje complejo para explicar cosas relativamente triviales y, en muchos casos, no universalmente ciertas, como que cuando sube el precio de un bien baja la cantidad demandada[6].
Sin embargo, sería interesante hacer un ejercicio al estilo Sokal en otros campos del saber tal como lo hace Dreidre Mc Cluskey, a su manera, en el ámbito de la economía. En este sentido,   de especial interés me parecen los autores que hacen uso de las llamadas “ciencias de la complejidad” para explicar las ciencias sociales. Uno de los más emblemáticos en el ámbito de la sociología es Immanuel Wallerstein. Este autor constituye un buen exponente en cuanto al uso de las matemáticas en las ciencias sociales. No cuestionamos aquí el enfoque histórico que plantea este autor en lo que al nacimiento del capitalismo se refiere simplemente nos hacemos eco del uso de ciertos conceptos extraídos de las “ciencias de la complejidad” para explicar el mundo en que vivimos. Concretamente, Wallerstein toma muchas de sus ideas para su particular marco teórico del libro La fin de certitudes de Ilya Prigogine. El autor maneja conceptos como equilibrio, flecha del tiempo, trayectoria, condiciones iniciales, sistemas dinámicos, procesos no lineales, bifurcación, etc. para explicar la actual “economía mundo” y su crisis. A continuación, reproducimos un párrafo que pretende relatar la crisis del actual “economía-mundo” [7]:
Pero estamos observando procesos que son esencialmente repetitivos en sus líneas generales y que por lo tanto definen los contornos del sistema.(…) Lo que llamamos tendencias seculares son esencialmente  vectores que mueven el sistema apartándolo de su equilibrio básico. (…) A medida que el sistema se aleja cada vez mas del equilibrio las fluctuaciones se hacen más violentas y eventualmente se produce una bifurcación.
 Ignoramos si Wallerstein (de formación sociológica) tiene conocimientos profundos de matemáticas pero está claro que estos conceptos provenientes del cálculo matemático no son explicados con precisión a un público que, en su mayoría, no tiene conocimiento de matemáticas.  Y aunque los tuviera, incluso los economistas, a veces se dejan engañar por un conjunto de elegantes formulas matemáticas.
El problema radica en que, en general, los científicos sociales no son buenos matemáticos y aunque los economistas se empeñan en estudiar esta disciplina, tampoco lo son por lo que ese tortuoso viaje de las matemáticas hacia las ciencias sociales a menudo, va acompañado  de una excesiva simplificación de la realidad. En la práctica, eso se traduce en la creación de los famosos  modelos económicos que utilizan los economistas. ¿Es esto válido? ¿Podemos hablar de ciencia? La respuesta no es unánime. O, por lo menos, esa respuesta dependerá de qué esperamos de la ciencia. ¿Queremos que la ciencia explique la realidad? ¿Queremos predecir sucesos futuros? ¿Lo  queremos todo?
 Y ¿qué podemos sacar en limpio de todo esto? Algunos abogarán por expulsar definitivamente las matemáticas del ámbito de las ciencias sociales. No creo que haya que ir tan lejos pero aunque sea, podemos tomar medidas para evitar que se produzcan engaños en los que el lenguaje sea protagonista. Es decir, adoptando una actitud, en palabras de Merton, de “escepticismo organizado”.   ¿Y qué podemos pedir los científicos sociales y el público en general? Podemos pedir precisión en los términos que utilizan los científicos y, ante todo, debemos pedir mayor formación en matemática, no solo para los científicos sociales sino también para el público en general.
Pero, volviendo al tema que nos ocupa, la principal motivación de Imposturas intelectuales es política: Sokal hace una crítica desde la izquierda a la izquierda.
Si, tal como plantean los posmodernistas, todo es relativo ¿debemos negar el genocidio de los judíos? Otra vez, Sokal hace una referencia a la historia pero queda sin resolver si en otros campos de las ciencias sociales un enfoque más relativista podría tener cabida. En definitiva, Sokal aspira a que no nos dejemos engañar y a que nos mantengamos despiertos.
Y terminamos como empezamos: pensando en la actual situación económica que atraviesa Europa y en que la imposibilidad de poder tener una política monetaria y, ahora, fiscal independiente nos podría llevar a pensar que la ciencia económica tiene poco que hacer. Es como si nos dijeran: “¡Señores! No pierdan el tiempo intentando hacer ciencia. ¡No hay tiempo! Si acaso, dedíquense a la política”.
Y con este panorama, no podemos culpar a la izquierda que se deje tentar por el “relativismo epistémico” en un afán a la vez ingenuo y desesperado de creer, por lo menos, que otro mundo es posible. En este sentido, Sokal nos insta a que no lo hagamos. A que no bajemos los brazos y a que sigamos luchando por una mente racional para resolver los problemas de nuestro tiempo.





[1] Boletín económico. Marzo 2011. www.bde.es
[2] Para más información sobre las previsiones de este organismo consultar www.oecd.org
[4] Mc Cluskey, Dreidre (1998): The rethoric of economics. The university of Wisconsin Press.
[5] No pretendemos en este artículo poner en duda los postulados de la economía neoclásica. Nuestro propósito es referirnos únicamente a la jerga que utilizan.
[6] Invito al lector a que consulte por ejemplo el libro Varian (1992): Análisis Microeconómico. Antoni Bosch editor, disponible en cualquier librería y en Google Books.
[7] Wallerstein, Immanuel (2001): Conocer el mundo. Saber el mundo. El fin de lo aprendido. Siglo XXI. 

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