Ultima entrega del año. Como es de esperar, hablamos de la Navidad y de todo aquello que nos repulsa.
En plan tranqui y sin estridencias. ¡Disfruten!
Payasos que bailan al ritmo de Gangnam
Style. Falsos gordos que se disfrazan de rojo con tiesas barbas. Montañas de
caramelos que se reparten en las bocas de niños sedientos y sudorosos. Fiebre consumista
de domingo a la noche. ¿Qué tienen en común estos ingredientes?
Estamos en Navidad. Una época que
llama a reflexionar sobre los íconos visuales que nos transmite esta época del
año.
El Canguro se levantó temprano. Hacía
calor y los mosquitos revoloteaban borrachos de tanta sangre. Se dirigió al parque más cercano que, en esta
ocasión, en vez de verde estaba inundado
de estridentes colores y un gran cartel que invitaba a quien desee a vivir la
verdadera experiencia de la navidad.
Tenía que entrar, a menudo, los
Canguros nos dejamos llevar.
Una vez superado el shock
cromático me acerqué a un trineo, siempre quise montar en uno en pleno verano,
con el prado de fondo y los pajaritos del verano. Sí. A pesar de que soy un
estoico bebedor de vermuth tengo que reconocer mi lado infantil. Los trineos me
encantan.
El shock fue muy grande, en vez
de aves amigables me encontré con una multitud de palomas picoteando los restos
de comida que habían dejado los transeúntes. Restos de panchos. Pochoclo por
todos lados y alguna lata de Coca Cola medio llena.
El trineo era grande, fácilmente entraban
cuatro canguros. Me acerqué dubitativo. Iba a vivir una experiencia única, banal,
infantil.
Cuando ya tenía una pata adentro
apareció de la nada un chico joven con remera institucional y cara de pasante
de guardería infantil. Una versión navideña y patética de Harry Potter pero
humedecido por el calor.
-Lo siento. No puede subir. Es solo
para mirar y sacarse las fotos.
Lo miro a los ojos y desaparezco (ya
dije que soy un canguro con clase).
Me acerqué lentamente a una casa
que estaba llena de gente. Algo interesante tiene que haber, me dije
ilusionado. Los chicos parecían felices. Me instalé en una mesa bajita y lo
descubro rápido. El secreto de la felicidad de estos niños son bolsas de
caramelos comprados al por mayor en algún bazar. Unos crayones partidos y unas
hojas sueltas se repartían por las mesas, el suelo y por unas estanterías que
había.
Intenté escribir mi carta a Santa Claus. Un grito
desesperado de que todo aquello desapareciera. Al fondo, unos payasos bailaban
al son de Gangnam Style.
Los crayones, por alguna
misteriosa razón, no escribían. Me alejé
meditabundo. Tenía mucho que pensar. En especial, me pregunté por qué la
Navidad no es bella.
Me zambullí en los clásicos. Algo
en limpio tenía que sacar de todo esto. Aún, a riesgo de terminar más
confundido de lo que estaba.
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Festejo de la Navidad en Parque Thays de Buenos Aires. Unas bonitas bailarinas navideñas entretienen a las familias. Fuente: Clarin |
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Mercadillo de Navidad en Plaza Mayor de Madrid. Fuente: que.es |
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Ecce Mono. Algunas restauraciones pueden ser obras de arte y además ser más bellas que la original. Fuente: elpais.com |
De acuerdo a Immanuel Kant, “gusto
es la facultad de juzgar un objeto o una representación mediante una
satisfacción o un descontento, sin interés alguno. El objeto de semejante
satisfacción llamase bello.”
Las cosas que son bellas son desinteresadas y Kant distingue lo bello, de lo
agradable y lo bueno. Todas cualidades interesadas.
Cuando algo es bello no hay
segundas intenciones. Nos produce placer y dolor de manera no lógica. Evidentemente,
Kant hablaba de obras de arte y no de algo tan vago como la Navidad o su
estridente iconografía. Pero, me permitirán extrapolar algunos de sus conceptos
a la realidad navideña y… aparcar la filosofía por un momento y descargar mi frustración.
No sé bien qué deberían hacer los
organizadores de parques temáticos navideños, pero lanzar caramelos al aire me
parece la manera más vil, barata y sin sentido de entretener a los niños.
Sí. Es agradable el sabor de un
caramelo masticable pero esa sensación es tan efímera como engullir una
hamburguesa de Mac Donalds: a los cinco minutos estás con el estómago
trastocado por el resto de la jornada.
En cuanto a los payasos haciendo
playback a todo lo que da, no puedo situarlo ni dentro de la categoría de lo bueno ni lo agradable pero habrá quien piense que ese tipo de estímulos nos
ayuda a evadirnos.
Otros muchos, pretenden
transmitir un mensaje, del tipo “si te portás bien Papá Noel te traerá el
regalo que pidas”. Un mensaje que para algunos puede ser catalogado por bueno mientras que para otros puede ser
perverso. De todas formas, estamos de acuerdo en que, si seguimos a Kant, ni lo
bueno ni lo agradable es bello. Y ninguna de estas actividades me produce
placer ni dolor.
Y algunos se preguntarán, y ¿qué
es bello entonces? Bello es ver la Plaza Mayor sin esos horribles mercadillos
repletos de cotillón barato y siniestros villancicos a todo volumen. Bello es
el Parque Thays con su prado verde e invadido de libélulas al borde de
Libertador.
Pero al margen de esto, otros
increparán que no es la belleza lo importante. ¿Quién quiere cosas bellas? Al fin
y al cabo, no me olvido de que estamos en crisis, de que la inflación no deja
de subir y de que la tasa de desempleo no hace sino empeorar. (No me pidan
datos. Estamos en Navidad.). En definitiva, lo que la gente quiere es pasarla
bien, comiendo caramelos o tomando un vermuth frío que los aleje de los
problemas cotidianos.
Algunos teóricos incluso coinciden en señalar
que tal vez la belleza ha sido históricamente sobrevalorada
señalando que una obra de arte debe provocar un choque en el receptor incluso
con su fealdad (y sino aprecien el maravilloso Ecce Homo de Borja).
Y hablando de belleza y de
fealdad, los dejo con un maravilloso pasaje de la obra Cakes and Ale del
escritor inglés Somerset
Maugham. Es un poco largo, pero vale la pena leerlo entero.
“Yo no sé si a los demás les pasa lo que a mí, pero yo sé que
no puedo contemplar la belleza durante mucho tiempo. (…) Cuando la belleza me
ha encantado con la magia de su sensación, mi mente desvaría rápidamente. Escucho
con incredulidad a las personas que me
dicen que pueden observar extasiados durante horas un paisaje o un cuadro. La
belleza es un éxtasis. Algo tan simple como el hambre. No hay nada que decir
realmente sobre ella. Es como el perfume de una rosa. Se huele y eso es todo;
esa es la razón por la que la crítica del arte (…) es una pesadez. Todo lo que
los críticos pueden decirte respecto de El
entierro de Cristo de Tiziano, uno de los cuadros con más belleza pura que quizás
hay en el mundo, es que vayas a verlo. El resto no es nada más que historia o
biografía. Pero la gente añade otras
cualidades a la belleza –sublimidad, interés humano, ternura, amor- porque la
belleza no les contenta. La belleza es perfecta (…) y la perfección nos atrae pero no por mucho tiempo…Nadie
ha podido explicar nunca por
qué el templo
dórico de Paestum
es más bello que un
vaso de cerveza fría, excepto
argumentando que no tiene nada que ver con la belleza. La belleza es una aliada ciega. Es como la
cima de una montaña que una vez alcanzada no conduce a ningún sitio. (…).
La belleza es aquello que satisface
el instinto estético: la belleza es un
poco aburrida."
Así que puede que los
organizadores de parques temáticos y los amantes de la Navidad sean más sabios
de lo que pensábamos.
Al fin y al cabo, me repito, ¿quién quiere cosas bellas?
Solo les digo, a los comedores
compulsivos de caramelos navideños, a los que se atiborran de turrón navideño
con 40 grados de calor, a los tambaleantes bebedores de vino caliente de
mercadillos navideños europeos en donde sol cae a las cuatro de la tarde, a los
estoicos organizadores de mesas familiares que ya ni fingen disfrutar: los entiendo. Sigan bebiendo, sigan atiborrándose y bebiendo
vermuth.
Pero señores, no me engañen. No me
cuenten que la Navidad es bella.
Etiquetas: belleza, Immanuel Kant, Navidad