Hablar de mujeres en el Día de la
Mujer, suena a tópico pero resulta que hace rato que andaba con ganas de hablar
sobre Thorstein Veblen, un economista un tanto peculiar, y el hecho de que sea
8 marzo me lo pone fácil para enlazar, una vez más a la economía y a las
mujeres.
Pero,
¿quién era este hombre? Los que hayan estudiado Economía seguramente les
sonará. En efecto, este economista fue el primero en analizar de manera más o
menos seria el comportamiento de los bienes
de lujo.
Pero aparte de eso, su obra, la Teoría de la clase ociosa es un tratado
que no solo leen los economistas sino también los sociólogos y los
antropólogos. ¿Por qué? Porque se propone estudiar de forma pormenorizada el
origen del consumo conspicuo de
aquellas primeras clases burguesas que empezaban a reclamar un lugar muy
importante en el mundo de consumo allá por el 1900.
Pero
para llegar a eso que él llamó consumo
ostensible o conspicuo el autor
se propone estudiar el origen de la propiedad como tal, retrotrayéndose a las
primeras tribus. En efecto, de acuerdo a la lógica de Veblen, los hombres se
apropian de las mujeres a modo de trofeo incluso antes de que se empezaran a
apropiar de objetos. En sus propias palabras:
“la práctica
de quitarle las mujeres al enemigo y utilizarlas como trofeos dio luego origen
a una modalidad de propiedad-matrimonio que tuvo como resultado la aparición de
un hogar con un jefe masculino” (p.49)
¿Qué
tul? El origen de la familia y de la propiedad, tal como lo conocemos, comienza
con la apropiación por parte del hombre de la mujer a la que somete a la
completa esclavitud. Y la razón de esta
apropiación no es más que la emulación. No lo digo yo. Lo dice este señor un
año antes de que comenzara el siglo XX.
Sin embargo, su tono no es de
denuncia. En realidad, se propone explicar el patrón de consumo de la clase
burguesa y logra hacerlo de manera honesta y brutal.
Y nosotros nos preguntamos, ¿cómo un
libro tan interesante puede pasar desapercibido, no solo para el público en
general, sino para los mismos economistas?
No
estamos seguros pero sabemos que Veblen tuvo una vida errante, no era religioso
y tampoco caía bien en las universidades en las que trabajaba. Eso, sumado a que
su esposa decidió difamarlo por una supuesta infidelidad con una alumna 20 años
menor, (al menos eso es lo que alega su prologuista a la edición castellana)
obligó a nuestro querido amigo a huir en una época en que los profesores debían
tener una vida privada intachable.
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Fuente: http://www.htbackdrops.com/v2/displayimage.php?pid=10205 |
Así fue como recaló en Stanford, con
su joven alumna pisándole los talones. Y también su esposa legal que no paró
hasta que despidieron al desagraciado profesor.
Pero
bueno, aparte de su vida personal un poco tormentosa, este hombre fue capaz de
describir una realidad (el lado oscuro del consumo burgués) sin juicios de
valor, solo apelando a la historia, a la antropología y al conocimiento de la
sociedad en la que se movía. Por eso su descripción del matrimonio visto como sometimiento de la mujer por parte
del hombre no tiene un tono de denuncia. Tampoco condena el consumo ostensible
de las clases burguesas pero su descripción tan ácida y acertada ha servido
para que muchos lectores encuentren argumentos convincentes a favor de la
causas de las mujeres o de los oprimidos.
Pero volvamos un momento a sus escritos y a su
particular teoría del vestido.
Las clases ociosas tienen que
mostrar su riqueza consumiendo y, no solo eso, además deben seguir un patrón de
consumo concreto que demuestre a la sociedad que efectivamente ellos son
ricos. En esta dinámica, el trabajo,
sobretodo, el manual, está mal visto. Ante todo, esta clase desea mostrar con
todo su ser que está ociosa y que ello es un orgullo que no debe ocultarse. Veblen
nos lo relata magistralmente:
“Gran parte
del encanto que posee un zapato de charol, la ropa blanca impoluta, el sombrero
de copa brillante y el bastón, que tanto
realzan la dignidad natural de un caballero, provienen del hecho de que
sugieren convincentemente que el usuario no puede, cuando va vestido de este
modo, echar una mano en ninguna ocupación que sea, directa o indirectamente, de
alguna utilidad humana” (p.181).
Es decir, la ropa elegante nos dice
muchas cosas: que hemos pagado mucho por tenerla, que estamos a la moda y que somos unos completos inútiles.
Me encanta este señor y la manera
que tiene de sacar conclusiones económicas y antropológicas de un hecho tan
simple como una prenda de vestir.
Pero, en este relato ¿en qué lugar
quedan mujeres? Veblen no se olvida de ellas. En efecto, la ropa elegante de
caballero puede que imposibilite a su usuario cocinar unas milanesas o
cambiar un pañal pero la ropa elegante de la mujer directamente impide
cualquier tipo de acción, inclusive respirar con comodidad y si no piénsese en
los antiguos corsés. Una prenda incómoda y dolorosa. O esas pamelas imposibles que usan las inglesas en los casamientos
reales y que las obligan a no bajar la cabeza bajo ningún concepto.
Y es que la ropa elegante de mujer
va un paso más allá y Veblen se da cuenta de ello. En este caso, no solo hay
que mostrar ociosidad sino que también las prendas de vestir juegan un papel de
decoración, de agradar. En este sentido, nos recuerda Veblen:
“el tacón
alto, la falda el sombrero aparatoso e inútil, el corsé, y en general, la falta
de consideración por la comodidad de la usuaria (…) son otras tantas pruebas de
que en el esquema de la vida civilizada moderna la mujer todavía es, en teoría,
económicamente dependiente del hombre”. (p.191)
Veblen asemeja la incomodidad de los
atuendos de las mujeres con los criados con librea de su época e incluso con la
ropa de los sacerdotes. En definitiva, de lo que estamos hablando es de que la
mujer en este esquema es la sirvienta principal de la casa.
Y para terminar, volvemos a su vida privada.
Sabemos que Veblen tenía fama de mujeriego, ya lo dijimos al principio. A su
paso por la Universidad de Chicago, el decano lo llamó a su despacho:
—
Tenemos
un problema con las mujeres de nuestros profesores…
—
Oh
sí…son terribles… las tengo a todas…
Seis meses después fue despedido por
lo que tuvo que recalar en Stanford en donde, según algunos biógrafos, no se
pudo resistir al flirteo universitario…
Pero dejando de lado el anecdotario, no está
claro hasta qué punto esta fama minó su credibilidad como economista o como
posible representante del feminismo pero está claro que su obra maestra Teoría de la clase ociosa ha hecho mucho
más por las mujeres que cualquier política progre a favor de la igualdad de
sexos.
Y por último, soy de los que piensan
que uno de los enemigos más antiguos de las mujeres son las mismas mujeres. Ya
saben, a menudo se comportan como auténticas bitches y si no que le pregunten a Virginia Woolf y a su pandilla de
mujeres brillantes y mandonas (ver Keynes, los usos de la estadística y otras banalidades…) Casi me las puedo imaginar… dialogando,
con sus voces chillonas, sufrientes y hermosas. Neuróticas. Versátiles.
Seductoras. Envidiosas.
Monstruosamente reales. Como nadie.
Y ahora los dejo. Me espera mi vermuth en este
día de lluvia. Brindo por ellas escuchando a Hysterica y pensando si el heavy metal como el keynesianismo está
definitivamente muerto.
Etiquetas: bienes de lujo, consumo conspicuo, consumo ostensible, mujer, Veblen