A
veces para entender dónde estamos tenemos que mirar hacia atrás.
A continuación la primera de una serie de entregas dedicadas al
Universo y a cómo la ciencia ha ido cambiando y evolucionando hacia el actual
modelo de pensar y concebir el mundo.
No crean que hablaremos solo de física. En el camino
nos toparemos con Dios, los Angeles y todo una panda de impresentables que no
han hecho mucho en favor del conocimiento. Pero también veremos que basta un
solo genio para que los mediocres queden reducidos a su mínima expresión. Eso es
una suerte.
Conoceremos personajes
curiosos, heroínas y algunos obtusos pero, ahora en plan serio, lo que nos interesa como científicos sociales,
es cómo es que llegamos hasta acá.
Al fin y al
cabo el desarrollo de las ciencias duras ha repercutido de manera directa en la
manera en que los economistas hacen ciencia y ya sabemos lo que los economistas
son capaces de hacer cuando se les da un poco de libertad.
Pero no nos
adelantemos, hoy hablamos de Aristóteles a partir de un simple párrafo de su
obra De Caelo.
La
verdad, no sé si este señor griego escribe muy bien pero confieso que he tenido
que leer sus párrafos más de una vez para sacar algo en claro o… ¿será mi
banal, superficial y atolondrada mente de Canguro del siglo XXI que me impide
captar la sabiduría de esta gente? Siempre me podré escudar en que el Canguro
es el animal más tonto del Reino Animal.
¡Disfruten!
Unas palabras para empezar
Antes de entrar de lleno en el párrafo que incluiremos
a continuación, debemos destacar algunos conceptos que nos permitan entender la
cosmología aristotélica. Para ello, mencionaremos algunas ideas que nos parecen
esenciales para poder entender la, a veces oscura, prosa de Aristóteles.
Algunos autores nos ayudarán en esta tarea, nos
referimos a Thomas Khun (2010) principalmente pero también haremos uso de otros
libros que nos puedan servir para entender la especial cosmovisión
aristotélica.
Un análisis exhaustivo de las ideas que desembocaron en la cosmovisión de Aristóteles
excedería estas páginas y ya existen excelentes libros en el mercado. Por esa
razón, solo esbozaremos sintéticamente algunos rasgos que creemos nos ayudarán
a echar luz en el oscuro pasaje de De
Caelo.
El cosmos de Aristóteles
Dicen que Aristóteles empezó teniendo una vida un poco
dura. En plena adolescencia pierde a sus
padres por lo que rápidamente lo adopta un personaje que no duda en enviarlo a
estudiar con Platón, con el que dicen que entabló una amistad bastante “entrañable”.
Pero vamos al grano.
En realidad poco nos
interesa lo que pueda decirnos un puñado de historiadores chismosos sobre su
vida privada. Lo que vamos a analizar es su obra y lo primero que debemos decir
es que el mundo que planteaba Aristóteles era significativamente distinto al
que concebimos hoy en día. Esto puede parecer una obviedad pero conviene
destacarlo, todavía quedan muchos profanos en esta materia.
Para empezar,
muchas de sus conclusiones se basaban en observaciones hechas a simple vista,
por lo que, como se verá más adelante, esto llevará en algunos casos a la
confusión de los conceptos. Por esta razón, para Aristóteles no hay razones
suficientes para creer que el planeta Tierra está en movimiento. Ante la
escasez de instrumental especial, los griegos no tenían más opción que seguir
el sentido común más básico(Kuhn, 2010).
Por
otra parte, debemos destacar que los griegos consideraban que tanto la Luna
como el Sol eran dos planetas más de la lista de planetas que ellos tenían
contabilizados (Mercurio, Venus, Júpiter, Marte y Saturno).
Pero
volvamos a lo importante. Al fin y al cabo, cabe preguntarse cómo concebía el
universo un señor como Aristóteles. En este sentido, debemos decir que el
universo estaba “embutido” en una gran esfera que tenía como “cosidas” las
estrellas del firmamento en su parte externa. ¿Y en el interior? Nada menos que
dos zonas perfectamente diferenciadas, una esfera sublunar cuyo centro es la
Tierra misma y una zona supralunar en el que los planetas viajan de manera más
o menos errante. Antes de meternos en las características intrínsecas de estas
dos esferas debemos destacar algunos rasgos peculiares de este universo y que
tendrán, sin duda, connotaciones teológicas.
En primer lugar, Aristóteles negaba la existencia de
vacío. La esfera del universo era completamente maciza. Por fuera de la esfera
del universo no había nada, ni siquiera vacío. Una idea, por lo menos
inquietante. Pero sigamos. ¿De qué estaba compuesto este universo tan
particular? Pues, sobre la esfera sublunar solo diremos que estaba compuesta de
cuatro elementos que iban desde el centro hacia la periferia en este orden:
tierra, agua, aire y fuego y que estaban condenados al movimiento rectilíneo.
La tierra y el agua hacia abajo y el aire y el fuego hacia arriba. Este simple
postulado le ayuda a entender el movimiento de los cuerpos en el mundo sublunar.
Pero vamos a lo importante. Al fin y al cabo, en este breve ensayo lo que nos
interesa es saber de qué está compuesto el mundo supralunar que es el mundo de
los planetas y las estrellas. En efecto, Aristóteles también quiere comprender
el movimiento de los cuerpos de este particular mundo. Pero no nos adelantemos,
primero debemos entender cómo era la
materia en este mundo.
El mundo supralunar
La obra De Caelo
nos permite comprender mejor la naturaleza de este mundo supralunar. Como
primera aproximación debemos decir que Aristóteles comienza su análisis con una
interesante apología a favor del círculo y en detrimento de la línea recta. En
efecto, esta última es imperfecta, vil y totalmente contra natura. Solo el círculo
nos viene a decir que el movimiento eterno es el perfecto. Y la clave está en
que los movimientos rectilíneos son finitos y por tanto, para Aristóteles
imperfectos mientras que la infinitud del movimiento circular lo sitúa a la
cabecera de la perfección.
No discutiremos aquí la belleza de esta hermosa figura
geométrica pero… ¿por qué nos interesa
esta disquisición sobre los círculos y las rectas? Porque el movimiento
circular y, aparentemente infinito de los cuerpos celestes va a fascinar a
generaciones enteras de astrónomos y observadores. Y porque Aristóteles
probablemente necesite hacer estas disquisiciones para justificar el cosmos que
le es dado a ver. Pero ahora entramos en lo interesante.
Aristóteles, así como explicó el movimiento de los
cuerpos terrestres debe hacer lo mismo con los cuerpos celestes y al mismo
tiempo superar a sus antecesores. Y para ello, concibe un quinto elemento, el
éter, un sólido cristalino que “a
diferencia de las substancias que se conocen sobre la Tierra, el éter es puro e
inalterable, transparente y sin peso”(Kuhn, 2010, p. 118).
Vale, todo parece perfecto pero sigue sin explicar el
movimiento de los cuerpos celestes, un tema que quitó el sueño a generaciones
de estudiosos. Aristóteles construye un
complejo mundo y para ello toma algunas
ideas prestadas de Euxodo y Calipo.
El modelo de las esferas
homocéntricas
Nadie dijo que fuera fácil esto de explicar el
movimiento de los planetas. En realidad, como dijéramos antes, aunque el Sol y
la Luna eran considerados dos planetas más, el movimiento de estos dos, no
suponía mayores inquietudes para los estudiosos. Parecían tener un
comportamiento regular. El tema se complicaba con el resto de planetas que
aparentaban tener un comportamiento más complejo e incluso errático.
Pero no solo eso, observar estos planetas ya suponía
un problema, ya que no tenían el protagonismo del Sol y la Luna y solo se los
podía percibir como simples estrellas en el firmamento. En rigor, estos planetas se movían en
dirección Este a diferentes ritmos pero a veces se observaba un movimiento
retrógrado (un retroceso) hacia el oeste que hacía perder los nervios a algunos
observadores ya antes de que Aristóteles se pusiera a teorizar sobre el tema.
En efecto, Platón parece haber sido el precursor en este tipo de interrogantes.
Justamente fue el ya célebre Euxodo de Cnido (discípulo de Platón) el que se
propuso dotar al modelo de las dos esferas de una explicación del movimiento de los planetas. Así nace el
modelo de las esferas homocéntricas. El modelo es relativamente complejo, aquí
solamente reseñaremos sus aspectos más importantes.
En el mundo de Euxodo los movimientos diurnos y
orbitales de los planetas se explicaban con un sistema de esferas que tenían a
la Tierra como único centro. Estas esferas se movían de forma circular y para
explicar el movimiento de los planetas utilizaba cuatro esferas por cada uno y
tres respectivamente para el Sol y la Luna. En el caso de los planetas dos
esferas simulaban las retrogradaciones, una tercera cuya rotación duraba un año
del planeta en cuestión y una cuarta esfera que giraba cada 24 horas. Sin
embargo, surgían algunas cuestiones: el Sol no recorría la eclíptica de forma
uniforme, es decir, la duración de las estaciones variaba de un año a otro por
lo que Calipo de Cízico estimó oportuno agregar algunas esferas más que dieran
cuenta de estos fenómenos. Es decir, dos esferas más para el Sol y una más por
cada planeta(Sellés García,
2007).
Es de destacar que este sistema era puramente
matemático. En efecto, era un modelo que no intentaba reflejar la realidad,
sino ser útil para explicar algo tan complejo como el movimiento de los
planetas. En este sentido, Aristóteles retoma este marco teórico pero le agrega
una pátina de realidad al dotar este modelo de un aspecto físico(Kragh &
García-Sanz, 2008). Sin embargo, no quedaba explicado cuál era el
mecanismo que movía todo el engranaje.
Por
esta razón, el éter, aquella sustancia cristalina, iba cumplir una función
trascendental en la explicación del movimiento de los planetas. Es decir,
Aristóteles se centra en los aspectos mecánicos del invento al agregar más
esferas de éter cristalino que solo tienen la utilidad de “mantener en rotación
todo el conjunto de caparazones concéntricos”(Kuhn, 2010, p. 118). Pero, ¿qué impulsaba este movimiento? La esfera de
las estrellas al moverse arrastraba al resto de las esferas interiores en un
movimiento físico similar al engranaje de un reloj. Y aquí es donde el Estagirita debe recurrir a
la metafísica para explicar ese primer movimiento que insufla vida al
movimiento del cosmos. En su Metafísica
nos explica claramente este concepto que llama Primer Motor, que es a la vez
inmóvil y eterno. Algo bastante parecido a un Dios todopoderoso.
Una explicación metafísica
para explicar el movimiento de los planetas
Con
esta breve exposición, ya contamos con todos los elementos necesarios para
intentar descifrar el siguiente párrafo de la obra De Caelo de Aristóteles. Lo reproducimos a continuación:
“Y, siendo muchas las <dificultades> de este tipo, no es la menos
llamativa la de por qué causa los <astros> no se mueven con mayor número
de movimientos cuanto más distantes se
hallan de la primera revolución, sino que los intermedios <tienen> más.
Pues parecería lógico que, al moverse el primer cuerpo con una sola traslación,
el más próximo a él se moviera con el mínimo de movimientos, pongamos dos, el
siguiente con tres, o cualquier otra ordenación semejante. En realidad ocurre
lo contrario: pues el Sol y la Luna se mueven con menos movimientos que algunos
de los astros errantes: y sin embargo, <estos últimos> se hallan más
lejos del centro y más cerca del primer cuerpo que aquéllos.”
Aristóteles, Acerca del cielo, Libro II, 12, 291b-292ª.
La primera observación que debemos hacer es de índole
práctica. Las reflexiones de Aristóteles estaban sesgadas por su errónea
concepción sobre la inmovilidad de la Tierra. En efecto, bajo esta premisa, la
mera observación de los astros nos puede llevar a verdaderas ilusiones ópticas.
Pero dejando de lado esta particularidad, en el párrafo antes citado
Aristóteles se pregunta por qué el Sol y la Luna se mueven lentamente en
relación a las estrellas intermedias que habitan la esfera supralunar. En
efecto, de acuerdo a su lógica, era de esperar que las estrellas más cercanas
al Primer Motor, hicieran un movimiento veloz y unitario, las intermedias
realizaran un mayor número de movimientos y más lentos y las más cercanas a la
Tierra aumentaran aún más el número de movimientos. Aristóteles es consciente
de que su teoría empieza a fallar y otra vez necesita dejar de lado la física y
la astronomía y meterse de lleno en la metafísica.
Visto con ojos de hoy su explicación de esta supuesta
anomalía nos puede parecer un poco trasnochada pero debemos tener en cuenta que
en aquella época no existía una separación clara entre las cuestiones puramente
científicas y metafísicas.
A pesar del oscuro pasaje parece ser que la idea era muy
simple y debemos decir que constituye una hermosa fabula acerca del Bien y del
Mal. En efecto, el primer motor es Dios, eterno y en constante movimiento. Este
primer motor hacer rodar al primer cielo en un movimiento bello y veloz. A
medida que nos alejamos de este primer cielo, nos encontramos con un conjunto
de estrellas que danzan trasladándose y rotando de forma totalmente creativa:
algunas lo hacen de una manera, otra retrogradan, y otras más se quedan
observando el cosmos, probablemente obsesionadas por alcanzar el Bien. Y por
último, tenemos al Sol y a la Luna dos estrellas más que se encuentran ya
demasiado alejadas del Primer Motor, probablemente decepcionadas y apáticas, ya
no tienen interés en llegar porque saben que nunca lo lograrán. Solo les queda
rotar y trasladarse de forma lenta. Nada las apura. Y por último, está la
Tierra inmóvil en el centro. Una esfera que ya no sueña con nada. Ni siquiera
se mueve y en donde los elementos pujan, algunos por llegar al centro y otros
por escapar de aquel mundo que ya no aspira a nada.
Esta es una interpretación
posible de este párrafo. Probablemente pasarán siglos y seguiremos debatiendo
acerca de qué quiso decir Aristóteles en aquel o en aquel otro pasaje. Eso está
muy bien pero además esperamos que al menos esta relectura del cosmos
aristotélico ayude a comprender lo que vendría después, una auténtica
revolución, pero para ello hace falta que pase mucho tiempo.
Sí.
Mucho tiempo.
Para
que la espera sea más amena, recomiendo un sofá cómodo y un vinito acompañado
de una maravillosa mayonesa home made.
Un
poco de aceite, medio ajo, aceto y a rodar.
Pd: y
ya saben, no dejen a un economista sin atar y sin bozal en un lugar público. Es
un peligro.
Bibliografía de consulta
Aristóteles, Acerca
del cielo, Libro II, 12, 291b-292ª
Aristóteles, Metafísica, Libro XII, 8, 1069a-1076a
Kragh,
H., & García-Sanz, J. (2008). Historia de la cosmología: De los mitos al
universo inflacionario. Barcelona: Crítica.
Kuhn,
T. S. (2010). La revolución copernicana : La astronomía planetaria en el
desarrollo del pensamiento (1̂ en Ariel filosofía, 23̂ reimp ed.).
Barcelona: Ariel.
Rojas, I. (2010). Astronomía elemental: Volumen 1
astronomía básica Universidad Técnica Federico Santa María.
Sellés García, M. (2007). Introducción a
la historia de la cosmología : UNED unidad didactica
Etiquetas: Aristóteles, cosmología, De Caelo, dos esferas, esferas homocéntricas, Euxodo, Kragh, Primer Motor, Tomas Kuhn