Hoy hablamos de argumentación y de cómo los expertos nos quieren embaucar con sus teorías. Póngase cómodo. Dejamos el vermuth de lado y nos tomamos un café bien cargadito.
¡Disfruten!
Vivimos en la era de la sobre abundancia de la
información. Todo el mundo intenta justificar sus posturas utilizando datos
pero al mismo tiempo citando informes, apelando a expertos o simplemente
ocultando premisas pero… ¿Qué son exactamente los datos? ¿Cómo interpretamos
las cifras? ¿Sabemos realmente lo que implican?
El auge en los últimos tiempos del periodismo de datos parece ser consciente
de necesidades nuevas que están surgiendo: cada vez más el ciudadano quiere
saber. Pero además de saber, quiere entender.
En el presente trabajo, nos proponemos explorar esta
cuestión analizando un caso particular. Pequeño pero concreto y tiene que ver
con una de las polémicas más sonadas y actuales de los últimos tiempos (solo
desplazada en los últimos años por la actual crisis económica europea) y nos
referimos a la cuestión de los derechos de autor.
En concreto, nos situaremos en la ya célebre
controversia acerca de si es bueno para la sociedad en su conjunto que exista
la propiedad intelectual y, más concretamente, los derechos de autor o si por
el contrario, la misma impide que los mercados actúen de forma libre mermando
el bienestar social.
No queremos dar opinión. Ni siquiera zanjar la
cuestión. No es ese el propósito de este ensayo. Queremos analizar, desmenuzar,
destrozar los argumentos que nos suelen dar los expertos.
Para ello, analizaremos en clave crítica, los
argumentos que se han dado para responder estas cuestiones (y acotaremos de
forma arbitraria porque no nos otra queda opción.)
Usaremos como ejes principales dos estudios
contradictorios sobre el tema y ambos escritos por economistas (supuestamente)
prestigiosos. Nos referimos, por un lado, al estudio de Boldrin y Levine (2008)
abogando por la abolición de la ley de propiedad intelectual y, por otro, al de
Ruth Towse (2007), que nos relata las virtudes de la gestión colectiva de los
derechos de autor.
Como marco conceptual, utilizaremos principalmente dos
libros de referencia: el de Alec Fisher (2004) The logic of real arguments y el de Huberto Marraud (2013) ¿Es lógic@? Estos libros nos servirán de
guía para detectar argumentos, identificar su forma y desmenuzar sus objetivos
persuasivos más ocultos. Para el tema de falacias, que abordaremos de forma
sucinta contamos con la ayuda del libro de Montserrat Bordes Solanas Las trampas de Circe. Falacias lógicas y
argumentación informal.
Esperamos que este estudio sirva para repensar el rol
de la información y el conocimiento en un mundo en el que cada vez debemos ser más
críticos con todo lo que nos rodea.
Cualquiera
que haya ido a la universidad se ha visto obligado al estudio de algunas
nociones de lógica simbólica y matemática. Una disciplina que pocos alumnos
digieren de buena gana, tanto si estudian economía, filosofía o química. En
realidad más de uno, ya graduado, y ejerciendo sus respectivas profesiones, se
sigue preguntando de qué le ha servido
estudiarla.
En
realidad, parte del problema ha radicado en lo artificial de los casos de
estudio. Cualquiera puede recordar el clásico ejemplo:
Todos los hombres son mortales.
Sócrates era hombre.
Ergo, Sócrates
es mortal.
Una manera elegante de inferir obviedades que en
realidad no interesaban a nadie.
Pues,
es en ese estado de cosas, que surge la lógica
informal, una disciplina relativamente nueva dentro de la Teoría de la argumentación que nace en
los años setenta en el mundo anglosajón como alternativa a la lógica formal en
el sentido de que intenta trabajar con los temas y los argumentos de la vida
cotidiana en un momento en que empiezan a surgir movimientos críticos dentro
del ámbito de la enseñanza y se empieza a cuestionar la efectividad de la
lógica formal como estándar de racionalidad. Esto, junto al resurgimiento del
estudio de las falacias, contribuyó al nacimiento de esta nueva disciplina más
cercana a las cuestiones ordinarias de la sociedad (Vega Reñón & Olmos Gómez, 2011).
Una
de ellas es la que trataremos en este ensayo y tiene que ver con la polémica
sobre la propiedad intelectual. En este tema, hemos oído tantas opiniones de
expertos y de simples ciudadanos que creemos que no deja indiferente a nadie.
A menudo, no nos sentimos capaces de formar nuestra
propia opinión y nos vemos repitiendo opiniones de terceros, presuntos
expertos, sin comprenderlas profundamente.
Por eso, este ensayo pretende ser un ejercicio de
comprensión. Justamente, la lógica informal nos enseña que una actitud crítica
incluso ante lo que parece evidente es esencial para evitar ser engañados. Ya
desde que somos alumnos en la universidad, no nos enseñan ni nos dan
herramientas para cuestionar seriamente aquello que estamos aprendiendo. Fisher
(2004) nos lo cuenta de forma magistral:
Aprendemos mucho de lo que sabemos de profesores y
expertos (…) sin embargo, es posible que dependamos demasiado de ellos y que
esta forma de aprender provoque pasividad y receptividad más que creatividad e
imaginación. Tendemos a pensar que porque profesores y expertos saben más sobre
algún tema que nosotros, debemos pedirles su opinión y confiar en ella (Fisher, 2004, p.1).
Justamente la lógica informal se propone combatir esta
actitud y usar la creatividad y la imaginación al servicio de mejores
argumentos.
Antes de seguir adelante es conveniente delimitar
nuestro objeto de estudio y establecer que es lo que haremos en este ensayo y
qué es lo que no haremos.
En
primer lugar, cuando hablamos de propiedad intelectual estamos siendo un poco
vagos ya que la misma incluye las patentes, las marcas y
los derechos de autor. Concretamente, nos dedicaremos a estos últimos, y en
forma más concreta a la música.
En
segundo lugar, debemos remarcar que, dada la amplia literatura sobre el tema y
la escasez de tiempo y espacio para un análisis exhaustivo, nos centraremos en
dos estudios que nos han parecido didácticos y representativos para nuestro
ejercicio sin que ello signifique que la elección haya tenido un carácter
ideológico previo. Prevengo de esto al lector.
Por
último, antes de meternos de lleno en las cuestiones planteadas detallaremos
cual será el esquema de análisis de los argumentos. Es lo que haremos
brevemente en el apartado siguiente.
En
este trabajo seguiremos un método simple. Basándonos en la obra de Fisher
(2004) nuestra labor se dividirá en tres pasos. El primero será el de
identificar los argumentos. Debemos darnos cuenta a través de algunas pistas
que nos brinda el lenguaje cuándo estamos delante de un argumento que quiere persuadirnos.
Palabras como “por lo tanto”, “ergo”, “por eso”, etc. nos podrán servir como
pistas. Esta primera parte parece simple pero es la más importante ya que
implica identificar claramente premisas y conclusiones que a veces, por razones
retóricas, no se mencionan o están perfectamente camufladas.
El
siguiente paso es el análisis de esos argumentos. Es decir, su desglose. Para
ello, intentaremos reescribir en lenguaje sencillo prescindiendo de los
ornamentos retóricos que nos otorga el lenguaje para quedarnos con lo
fundamental. El mensaje a secas. Sin florituras. Desnudo ante su audiencia.
Este paso requiere un esfuerzo de comprensión importante por parte del lector
pero es imprescindible para el siguiente paso.
En
esta última fase nos toca realizar el trabajo más peliagudo. Juzgar la calidad
de esos argumentos y ver hasta qué punto son buenos o no. En este sentido
debemos chequear si las premisas que nos presentan son verdaderas y, si lo son,
si de ellas podemos inferir la conclusión que se plantea.
En los últimos años hemos sido testigos de un aumento
sin igual de la piratería musical y audiovisual en España.
Esto ha coincidido con un gran debate en torno al canon por copia privada y a
la labor de las entidades de gestión colectiva de derechos de autor como
guardianas de la propiedad intelectual. La cuestión ha trascendido lo meramente
académico hasta situarse en las tapas de los principales medios de
comunicación. En cualquier caso, el tema del consumo cultural, en especial de
música y cine, no deja indiferente a nadie como puede comprobar cualquier
ciudadano que ose sacar este tema de conversación.
En
cualquier caso, en este ensayo, nos haremos eco, en primer lugar de un estudio
que sacaron Boldrin y Levine (2008) en el que nos ofrecen sus principales
argumentos en contra de la propiedad intelectual. El libro es largo ya que
abarca también las patentes. Nosotros nos ceñiremos a algunos argumentos
concretos en torno a la industria cultural para ilustrar el argumentario de
estos economistas y analizaremos la calidad de sus argumentos. Lo mismo haremos
cuando analicemos los argumentos contrarios que nos den Ruth Towse y Cristian
Handke (2007).
Creemos que antes de meternos de lleno en su estudio
es menester saber quiénes son estos dos personajes. Al fin y al cabo, este tipo
de información también es relevante en lógica informal. A menudo, nuestras
fuentes pueden resultar ser parte interesada, y si este es el caso, es
conveniente saberlo de antemano. David Levine es un matemático con master en
economía que, de acuerdo a su CV, que se puede consultar online, trabaja en el
Departamento de Economía de la Universidad de Washington desde 2006,
anteriormente pasó una buena temporada en UCLA en donde ha dado clases de
propiedad intelectual, teoría de los juegos, microeconomía, etc. Todo un
catedrático.
Por otra parte, Michele Boldrin, es un economista italiano que actualmente
comparte departamento con Levine y que se dedica a estudiar los ciclos
económicos, la innovación, el crecimiento, el cambio demográfico y…la propiedad
intelectual. Todo esto de acuerdo a su web
que adorna con unas adorables fotos de su niñez. Un señor que a veces escribe
en El País y participa de vez en cuando en tertulias de Telemadrid. ¿Qué
los une a estos dos economistas? Su aversión a los monopolios. Un objetivo que
comparten con personajes de todos los pelajes como el libertario Kisella, un
austríaco divulgador de las ideas de Von Mises.
Pero vayamos al grano, el lector puede acceder al texto completo que se encuentra disponible en Internet (Boldrin & Levine, 2008). Allí, se pueden ver los indicadores que se encuentran a lo largo de todo el texto pero hemos marcado algunos
sobre todo en el capítulo 1 que es el que expone claramente las intenciones del
trabajo.
De acuerdo a Fisher (2004) lo primero que debemos hacer
es detectar si evidentemente estamos ante un texto argumentativo. Las pistas
nos las van a dar aquellos indicadores que denoten que estamos ante razones,
ante premisas y ante conclusiones. Esto no siempre es claro cuando el objetivo
del autor es persuadir por lo que puede que no sean explícitos. En efecto, las
razones existen para “apoyar,
justificar, establecer, probar o
demostrar una conclusión” (p.16).Veamos.
Hemos subrayado algunos indicadores de razones (so,
since, because) y otros de conclusiones (this lead us to our final
conclusion…). Como podrá apreciar el lector, este capítulo (introductorio a lo
que será el resto del libro) es más explícito en sus conclusiones que en sus
razones que por cuestiones retoricas no siempre explicita.
En cualquier caso, queda claro que estamos ante un texto
argumentativo. El siguiente paso será el de descifrar su estructura argumental
para poder juzgar por nosotros mismos su solidez.
Para ello, lo primero que haremos es hallar la conclusión
general. Afortunadamente, la misma se repite a lo largo del texto. Contamos con
la suerte de que los autores de este informe son bastante reiterativos. Veamos.
Creemos que, a la vista de lo leído (ver indicadores en
el texto), la conclusión final (puede que haya conclusiones intermedias) sería:
“Se
debe abolir el actual sistema de propiedad intelectual.”
Como bien nos cuenta Fisher (2004), esta tarea requiere
de imaginación y creatividad y es posible que existan diferentes maneras de
abordar la cuestión.
La siguiente pregunta que nos hacemos es ¿Cuáles son las
razones que llevan a los autores sacar esta conclusión? En la introducción nos adelantan algo al
citar el ejemplo de Watt un inventor que tuvo la rapidez necesaria para, de
acuerdo con los autores, patentar su invento sobre las máquinas de vapor. De
acuerdo a ello, durante el tiempo que duró la patente no hubo mucha innovación
ni aumento de la eficiencia en su producción como sí ocurrió una vez expiró.
Podemos resumir su razonamiento de la siguiente manera:
Razón
1
Mientras
dura la patente de Watt no hay aumento de la eficiencia en la producción de la
máquina de vapor. La misma se dispara una vez expirado el plazo,
Conclusión
intermedia
El
monopolio de las patentes desincentiva la innovación y la creatividad. La competencia
sí.
Conclusión
final
Se
debe abolir el actual sistema de propiedad intelectual.
Esta
es una posible interpretación. Una elección de las muchas posibles.
Nuestro siguiente paso será analizar si el argumento presentado
es bueno en el sentido de que debemos chequear que el argumento cumpla con dos
condiciones:
·
Todas sus premisas
deben ser verdaderas.
·
La conclusión debe
poder derivarse de esas premisas.
Este simple criterio nos servirá de guía para evaluar la
calidad de los argumentos. Pero antes de llegar a este punto vayamos a nuestro
trabajo rival: el de Ruth Towse. Haremos un análisis similar antes de meternos
de lleno en el análisis de los argumentos.
Ruth Towse, una economista
especializada en industrias creativas, profesora de la universidad de
Bournemouth y emérita de la Universidad de Rotterdam, ha escrito numerosos libros sobre economía de
la cultura, siendo ya un clásico su Manual de Economía de la Cultura. Esta
férrea defensora de las bondades del copyright
ha escrito un informe pequeño y conciso por encargo de la Sociedad General de
Autores de España (SGAE) titulado Análisis
económico de las sociedades de gestión de los derechos de autor (Towse & Handke, 2007). No es casual que la obra sea un encargo de la SGAE por
lo que ya tenemos varias pistas de por dónde irá su argumentario. Junto a Christian Handke, Towse se propone analizar,
desde el punto de vista económico la gestión colectiva de los derechos de autor
(el documento no está disponible en Internet por lo que el lector tendrá que
confiar en el análisis del Canguro).
En este caso, el texto es más
persuasivo en el sentido de que no encontramos con la misma facilidad los
indicadores que teníamos en el informe anterior. Sí encontramos numerosos
indicadores de razones y de premisas pero no de conclusiones.
Hallamos indicadores de razones a lo
largo de todo el texto pero mayoritariamente entre las páginas 15 y 17 (primero,
segundo, además, por último…) también en las conclusiones, como cabe esperar,
hallamos varios indicadores de conclusiones (por tanto, así pues, por lo que,
etc.) sin embargo, como veremos más adelante, en muchos casos los indicadores
están ausentes en el discurso. Veremos cómo argumentan prescindiendo de ellos.
Pero antes debemos mostrar la estructura argumental y lo primero será hallar la
conclusión general del texto que creemos es la siguiente:
“Las
sociedades de gestión colectiva de
derechos de autor son la forma más eficiente de gestión de derechos de autor”.
Hemos
detectado dos pares de argumentos con sus conclusiones intermedias:
Primer
argumento
Razón
1
Los
costos fijos de gestión de derechos de autor son altos
Razón
2
El
valor de una obra individual protegida es muy bajo
Garantía:
Cuando los costos son mayores a los ingresos no es posible que surja un mercado
Conclusión
intermedia 1
Sin
mercado todos pierden: tanto titulares de derechos como usuarios.
Conclusión
final 2
Las
sociedades de gestión colectiva permiten que surja un mercado
En este primer argumento hemos usado una garantía que no es lo mismo que una premisa aunque a menudo
pueden confundirse. Una garantía es un enunciado hipotético de carácter general
que legitima el paso de las premisas a la conclusión. Funciona como una regla (Marraud, 2013) y, en este caso,
los autores usan la regla: “cuando los costos son mayores a los ingresos no
puede existir mercado” como requisito para inferir la conclusión. Veamos ahora
el siguiente argumento:
Razón
1
En
la gestión colectiva de derechos de autor se producen economías de escala (bajan los
costes unitarios cuando aumenta la cantidad de obras protegidas)
Razón
2
Los
acuerdos internacionales entre sociedades de gestión permiten el control de los
derechos a nivel internacional
Conclusión
intermedia
Las
sociedades de gestión son monopolios naturales.
Conclusión
intermedia 2
Los
monopolios naturales son más eficientes que la competencia
Conclusión
final
Las
sociedades de gestión colectiva son más eficientes que la competencia.
Esta es una posible interpretación de los argumentos de
los autores pero otras pueden ser posibles. Solamente hemos intentado descarnar
al texto de todo su ornamento retorico y nos hemos quedado con el esqueleto
argumental, aquel que los autores se empeñan en vestir y adornar. Justamente en
el apartado siguiente, analizaremos los ornamentos de los que se valen los
autores para vestir sus argumentos.
Los esquemas argumentativos son
patrones comunes de razonamiento que se dan con cierta frecuencia. Tanto los
economistas como otros científicos suelen abusar de ciertas formas. Pero ¿cuál
es el principal objetivo de un esquema argumentativo? Básicamente, evaluar los
argumentos
suministrando
una batería de pruebas a las que someter a los argumentos que se ajustan a ese
patrón argumentativo. En segundo lugar, tienen la función dialéctica (…) de
ayudar a los participantes en un intercambio argumentativo a buscar objeciones
y contraargumentos (Marraud, 2013, p.178).
Existen
esquemas de diversos tipos que cualquiera puede consultar en un buen compendio.
Por último, es importante remarcar
que estos esquemas no son deductivos ni se pueden plasmar en un lenguaje
formalizado, son simplemente esquemas informales de argumentación plausible (Vega Reñón & Olmos Gómez, 2011) en el que es
factible analizar algunas cuestiones críticas que nos llevarán a saber si
estamos ante buenos argumentos.
Aquí solamente veremos algunas formas comunes,
solamente conviene destacar que los esquemas argumentativos se clasifican en
función de la garantía, es decir, del modo en que se va de las premisas a la
conclusión (Marraud, 2013). Veamos.
Los economistas son muy propensos a
citar a supuestos expertos para validar sus opiniones. Es un viejo recurso que
parece seguir dando resultados. Los argumentos doxásticos son justamente los
que apelan a la autoridad de un experto para inferir una conclusión. A menudo,
son considerados falacias si se dan ciertos abusos (lo veremos más
adelante). Los hay de diversos tipos:
autoridad, pericia, testimonio, consenso, etc. (Marraud, 2013). La cuestión no está tanto en el recurso en sí sino en
preguntarse ciertas cosas que son importantes a la hora de aceptar un argumento
de este tipo. Marraud (2013) nos propone una serie de preguntas pertinentes:
1.
¿Se trata de un
tema que puede resolverse mediante una opinión calificada?
2.
¿Es posible, en
principio, acceder de manera directa a las razones en las que los declarantes
basan su opinión?
3.
¿En qué se basa la
atribución a S de la opinión C?
4.
¿Dicha opinión, es
consistente con su conducta?
5.
¿Cuál es la
cualificación de S y cuáles son las razones para atribuírsela?
6.
¿Qué credibilidad
tiene el que opina?
7.
¿Coincide su
opinión con las demás opiniones especializadas?
8.
¿Es consistente su
opinión con las pruebas materiales disponibles?
Estas preguntas, que apelan al sentido común, nos
permitirán indagar en la fortaleza de los argumentos. En el caso que nos ocupa,
ambos estudios abusan de esta forma argumental. Veamos primero el estudio de
Boldrin y Levine. Hemos señalado en el texto tres ejemplos. Boldrin y Levine
(2008) defienden la libre competencia y atacan el monopolio por lo que no es de
extrañar que el primer “experto” al que apelen sea el mismo Adam Smith (p.11),
un recurso fácil y hasta, parece, esperable de unos economistas que se dicen
liberales. Pero hay dos citas (entre muchas) que parecen ser más convincentes:
en la página 4 los autores se hacen eco de las palabras del “prestigioso
académico” Frederic Scherer que pasó de ser un
férreo defensor del sistema de patentes a su mayor crítico luego de
conocer la historia de Watt y Boulton que los autores citan al principio.
Mediante este mecanismo, los autores intentan reforzar la idea de que con el
sistema de patentes se retrasa el progreso tecnológico y, por otro lado, la
legislación de derechos de autor no incentiva a los artistas a “crear más” ni
aumenta de forma significativa la cantidad de artistas por habitante (p.212). Se citan numerosos casos más (algunos están
marcados en el texto) pero siguiendo nuestro esquema, ¿es pertinente este tipo
de argumentos? A la luz de las preguntas que nos planteábamos, por lo menos
podemos decir que efectivamente este es un tema que podría resolverse mediante
una opinión calificada, el problema es que esas voces calificadas no se ponen
de acuerdo entre sí. Citar a Adam Smith parece un recurso fácil, el escocés es
un liberal pero que nunca se manifestó a favor o en contra de la propiedad
intelectual y tal como se ha citado a Smith, se podría haber citado a cualquier
otro economista clásico. La cita de Frederic Scherer parece más contundente, un
economista que parece aportar evidencia empírica para probar sus asertos y que
además, tiene credibilidad. Por último, conviene remarcar que los autores
hablan de numerosos economistas que son escépticos con la actual ley de
propiedad intelectual en Estados Unidos (p.6). En este caso, el recurso es poco
preciso, solo se especifica que algunos son premios noveles y nada más dejando
al lector el trabajo de indagar de quiénes se trata.
Ahora veamos el caso del estudio de Ruth Towse y
Christian Hanke. Ya desde la misma introducción se aprecia la utilización de
este recurso argumental. (Es importante señalar, sin embargo, que este estudio
es significativamente más corto que el anterior.) Tanto en la Introducción como
en el Capítulo 1 la explicación comienza con una generalización acerca de lo
que piensan los economistas sobre la gestión de los derechos de autor.
Evidentemente, no se menciona qué economistas son pero cabe suponer que serán
aquellos que están a favor de los derechos autor. También se dice que “hace
tiempo que los economistas han reconocido que las sociedades de gestión de derechos de autor (…) son un aspecto
importante del régimen de los derechos de autor.” (p.11). Una frase general que
no aporta nada de conocimiento pero que claramente pretende zanjar la cuestión.
Marraud (2013) llama a este tipo de argumento doxástico, basados en la “aceptación
generalizada”, es decir, como los economistas o muchos economistas lo dicen,
debe ser verdad. Pero analicemos ahora otro tipo de argumento muy común en la
literatura económica y con el que también se pueden dar algunos abusos.
En este tipo de argumentación hablamos de dos o más
argumentos en donde uno actúa como foro y otro como tema. Se supone que entre
las premisas y la conclusión del foro hay una relación argumentativa que es
análoga a las premisas y la conclusión del tema. Tal como nos dice Marraud
(2013) estos argumentos:
Se
fundan en el principio de que los argumentos análogos tienen una fuerza
similar. La fuerza de un argumento depende de su garantía y de su comparación
con los argumentos concurrentes. De aquí se sigue que las garantías de los argumentos análogos tienen que ser
similares y por tanto del mismo tipo (p.200).
Como
en el caso anterior, conviene hacerse una serie de preguntas críticas para
indagar sobre la fuerza argumentativa de nuestros argumentos:
1.
¿Permiten la
situación inicial y los objetivos del dialogo el uso de argumentos por
analogía?
2.
¿La relación que
media entre las premisas y la conclusión del foro es la requerida por la argumentación
analógica?
3.
¿Cuál es la
garantía invocada en el argumento foro? ¿es aplicable al argumento tema?
4.
¿El respaldo
aducido justifica debidamente la garantía del argumento foro?
5.
¿Hay una
correspondencia uno a uno entre los componentes del foro y el tema?
6.
¿Están conectados
en paralelo el tema y el foro?
7.
¿En qué medida se
centra la analogía en relaciones?
8.
¿Es sistemática?
9.
¿Tiene algún límite?
Veremos estas cuestiones
complejas analizando un ejemplo del estudio de Boldrin y Levine (2008) en el
que encontramos dos analogías interesantes. En la primera, se hacen eco del
juicio entablado por parte de MGM a Groskter en donde se acusa a esta última de
infringir la ley de propiedad intelectual permitiendo la piratería, incluso
sabiendo que la plataforma puede tener otros fines (se puede compartir material
no sujeto a ninguna ley de propiedad intelectual). En este sentido, los autores se preguntan si
la Ford no debería ser multada ya que produce automóviles que pueden andar a
una velocidad que supera el máximo establecido por la ley y por tanto, son susceptibles
de incurrir en hechos delictivos. Tal como nos sugiere Marraud (2013), haremos
una tabla en donde expondremos los elementos del foro y del tema:
Tema
|
Foro
|
Grokster
|
Ford
|
Piratería
|
Robo con auto o
conducción temeraria
|
Perseguir
legalmente
|
Perseguir
legalmente
|
Porque
|
Porque
|
Argumento
del foro: Nadie persigue a Ford (fabricante de autos) porque sus autos puedan
servir para cometer hechos delictivos como robar o conducir ebrio.
Argumento
tema: No se debió perseguir a Grokster porque su plataforma sirva para cometer
hechos delictivos como piratear contenido protegido por los derechos de autor.
Esta es una construcción posible que nos sirve para
poner en evidencia nuestra garantía que sería, “nadie persigue una empresa que
fabrique objetos que sirvan para cometer actos delictivos”. Esta garantía nos
permite pasar de la premisa a la conclusión de forma contundente. Creemos que
esta analogía tiene mucho peso y nos cuesta imaginar algún contraejemplo. A lo largo del estudio nos encontramos con
otras que quedan marcadas en el texto pero que por cuestiones de espacio no
podemos analizar acá.
El estudio de Ruth Towse, como puede apreciar el
lector, carece de analogías y casi en su totalidad, está plagado de argumentos
a la autoridad. En este sentido, este texto es menos rico, argumentalmente
hablando, que el de Boldrin y Levine, sin embargo, hemos podido encontrar algún
que otro argumento mediante ejemplos. Es de lo que hablaremos en el apartado
siguiente.
Este tipo de esquema argumental es también uno de los más
utilizados en la literatura económica. Simplemente se trata de generalizar a
partir de determinados casos concretos. En efecto, en economía los llamados
métodos inductivos que permiten generalizar a partir de algunos ejemplos
concretos siguen estando a la orden del día. Tal como nos recuerda Hume, no
tenemos una base certera para generalizar a partir de un caso particular pero
lo hacemos en favor de la costumbre o el hábito (Fisher, 2004). El problema de
la inducción, en cualquier caso, no lo resuelve Hume aunque Popper ha intentado
llegar a una solución de compromiso con su modelo de falsación. No nos
detendremos en este punto porque escapa nuestra temática pero solo queremos
remarcar que, la utilización de generalizaciones en economía sigue muy vigente
y en este sentido, es interesante, el texto de Towse y Handke (2007) ya que
vemos que utiliza como recurso la apelación a casos pasados para extraer
conclusiones.
Tal vez en economía sea difícil conducir experimentos
y no es fácil relevar información que se encuentra dispersa en diferentes
países o épocas. Esto, sumado a que no existe tanta casuística histórica en
relación a determinados temas (como puede ser el de la propiedad intelectual)
puede llevar a que nos encontramos ante escasez de datos empíricos sin embargo, los
autores del mencionado estudio se dan el lujo de hacer algunas generalizaciones
interesantes. Como habíamos comentado, estos defensores del monopolio se arman
de varias herramientas para defender sus ideas. Si observamos el párrafo
resaltado (p.21) podemos interpretar lo siguiente en lenguaje llano.
Conclusión
Los efectos perniciosos de los monopolios quedan
suavizados por el hecho de que en general los usuarios negocian colectivamente
las tarifas a través de asociaciones sectoriales.
¿Cómo infieren esto? Citando un caso en el Reino
Unido. ¿Hay más casos? No lo sabemos. Por lo menos el texto no lo especifica.
En la página siguiente nos encontramos con esta
máxima:
Algunos de los efectos adversos de la fijación de
precios en monopolio podrían suavizarse mediante una discriminación de precios
(p.22).
¿Cómo llegan a esta conclusión? Otra vez, hablándonos
de lo que las sociedades de gestión “suelen hacer”. No especifica de qué
sociedades se trata ni de cuantas son pero podemos inferir que, a partir de determinados casos observados se
ha llegado a la conclusión antes citada.
Lamentablemente,
en economía a veces no hay otra opción que caer en la generalización. Los
experimentos son escasos y, en determinados ámbitos, no hay suficiente
información pero esta circunstancia no habilita a los economistas al uso y
abuso de otras formas perniciosas de argumentación que a algunos le han dado
muy buenos resultados. Es lo que veremos en el apartado siguiente.
Argumentar bien no es fácil y a menudo caemos en
tentaciones agradables como ganar una discusión sin tener razón. En el ámbito
científico o académico esto también ocurre con cierta frecuencia pero antes de
seguir ¿qué entendemos por falacia? Básicamente, “son argumentos que conducen a
error”(Weston & Malem, 1998). Una falacia viola alguna de las reglas de la buena
argumentación. Justamente, como en el lenguaje cotidiano incurrimos en falacias
constantemente, la lógica informal ha rescatado del olvido estos esquemas
argumentativos del “mal argumentar” para mostrarnos cómo razonan los que nos
quieren “vender la moto”.
Pero antes de meternos de lleno en los dos estudios
que estamos analizando, debemos señalar cuáles son esas reglas que viola la
falacia y como lo interpreta la tradición aristotélica. En efecto, estamos ante
una falacia cuando un mal argumento parece un buen argumento (Vega Reñón & Olmos Gómez, 2011). Y ¿qué es un mal argumento? Pues uno que viola
alguna de las siguientes reglas:
1.
El
argumentar tiene alguna relación con el problema que se propone tratar
(presunción de valor)
2.
El
argumentar es inteligible (presunción de comprensión).
3.
Existen
apoyos epistémicos en nuestra argumentación (presunción de verdad).
Es importante remarcar que, además de violar algunas
de estas reglas, un argumento falaz, para serlo, debe parecer un buen
argumento. Debe simularlo. Pero todavía hay más.
Parte del problema surgió del mismo método inductivo.
Ya habíamos dicho en el apartado anterior que una de las formas más comunes de
argumentar era la generalización a través de hechos particulares. Muchos creían
que ésta era la verdadera forma de acercarse a la verdad, sin embargo, Francis
Bacon, nos aporta algunas ideas interesantes. De acuerdo, a su obra Novum Organum el ser humano tiene
tendencia a distorsionar la realidad que tiene ante sus ojos. Justamente son
estas tendencias las que conducen a la argumentación falaz y que Bacon llama ídolos siendo el de la tribu y el de la
caverna inherentes a la naturaleza humana (Vega Reñón & Olmos Gómez, 2011). El primero, “engendra ciencias caprichosas y
arbitrarias pues el hombre cree verdadero lo que preferiría que lo fuera”
(I,XLII). Mientras que el segundo ídolo nos dice que cada persona, “tiene un
antro o caverna individual donde se quiebra y desbarata la luz de la naturaleza”.
(I,XLII)
Esta última frase, inquietante y hermosa a la vez, nos
da la clave para entender el origen del pensamiento falaz. Pero no es nuestro
propósito hacer un repaso de todos los ídolos de Bacon pero pensamos que estas
breves palabras pueden ayudarnos a entender por qué caemos con suma facilidad
en este mal argumentar. Parece ser que lo llevamos en la sangre.
Pero ahora volvamos a nuestros autores, en definitiva,
lo que queremos saber es si nos engañan con elegancia o con burdas maniobras
retóricas.
Para ello, analizaremos algunas falacias encontradas
en los dos textos. Evidentemente existen tantas que no tendríamos tiempo para
describirlas todas pero nos centraremos en cuatro que son bastantes comunes en
la argumentación de la vida cotidiana así como en la literatura científica.
La falacia del hombre de paja
Esta falacia constituye uno de los recursos más atractivos
y tentadores para destruir al adversario y consiste en atribuir una tesis,
fácil de refutar, a nuestro contrincante. ¿De qué manera? Puede ser
simplificando (olvidando precisiones que son importantes), reconstruyendo de
forma distorsionada o haciendo algún tipo de extrapolación ilícita (Bordes Solanas, 2011) . Tal como nos recuerda la autora,
las victorias
retóricas conseguidas mediante esta falacia son victorias paupérrimas: no tiene
gran mérito derrotar a un contrincante de poca monta” (p.191).
En el texto de Boldrin y Levine (2008) podemos
encontrar una linda falacia en este sentido (p.199). Ya sabemos que estos
economistas están en contra de la propiedad intelectual y uno de sus blancos
son los personajes de Disney. De acuerdo a su argumento, Disney se beneficia de
la actual ley de propiedad intelectual cobrando por el uso que hacen otros de
sus personajes. Si estos estuvieran bajo dominio público, Disney perdería una
fuerte fuente de ingresos. Concretamente, el argumento simplificado de Boldrin
y Levine es:
Algunos dicen
que si Mickey Mouse pasa a ser parte del dominio público puede darse un uso
poco escrupuloso de su imagen, por ejemplo para fines pornográficos. Pero, el
público consumidor de Mickey Mouse es menor de edad. Y…los menores de edad no
consumen pornografía Ergo, no es verdad que el dominio público permita el uso
de Mickey Mouse para usos pornográficos. Por lo tanto, hay que fomentar el
dominio público y abolir el actual sistema de propiedad intelectual.
Como vemos Boldrin y Levine han creado un hombre de
paja al cual poder a atacar a gusto haciendo una reconstrucción distorsionada
de las opiniones de sus contrincantes. El hecho de alegar que algunos defienden
la propiedad intelectual para evitar, por ejemplo, que se haga un uso
pornográfico de la figura de Mickey Mouse parece ser un intento burdo de
caricaturizar al contrincante.
Sin embargo, su contrincante no se queda atrás y no
tiene empacho en caer en otro tipo de falacia. Muy extendida y casi tan
tentadora como el hombre de paja.
Falacia ad verecundiam
Evidentemente mucho de nuestro conocimiento es de
segunda mano. No tenemos ni el tiempo ni el dinero para investigar hasta las últimas
consecuencias, la veracidad de todo lo que nos rodea. Lamentablemente, nos toca
confiar en algunos expertos o en personas de confianza. En muchos textos
económicos es habitual encontrar apelaciones a supuestos expertos, ni hablar en
las tertulias de TV pero poca gente se toma el trabajo de chequear o, aunque
sea, citar la fuente. Por eso, creemos que para poder confiar en información de
segunda mano se deberían seguir algunos requisitos (Bordes Solanas, 2011):
1.
Que
el experto esté bien identificado (…)
2.
Que
lo sea en el campo de competencia al que pertenece p
3.
Que
la autoridad no sea sesgada (…)
4.
Que
la aportación del experto sea realmente relevante y suficiente (…)
5.
Que
no haya datos empíricos evaluables de modo accesible porque, de haberlos, pasan
por delante de la autoridad. (…)
6.
Que
la interpretación de la opinión de un experto por parte de un lego no se
malinterprete por efecto de la jerga usada. (p. 217)
El estudio de Towse y Handke (2007) abusa de este tipo
de falacia. Ya hemos comentado que su informe constituye una apología de los de
derechos de autor y de las sociedades de gestión de derechos de autor, por eso
no es de extrañar que apele a este recurso fácil para justificar sus opiniones,
lo vemos por ejemplo en la p. 53 cuando dice:
La mayoría de los economistas opina que, en general, los
monopolios naturales deben mantenerse como están pero regulados (…)
En esta cita no específica de quiénes se trata. Por
esta razón, creemos que viola, por lo menos el punto número 1, por otro lado,
podemos interpretar que comete también una falacia ad populum, ad numerum que tiene la siguiente forma:
La mayoría de la gente cree que p
Ergo, Es verdad
que p.
Pero más interesante aún, la siguiente falacia,
también muy utilizada en determinados círculos por su sutil manera de inocular
el virus de la duda en el adversario.
Falacia
de la falsa analogía
Ya hemos visto que las analogías pueden ser muy útiles
cuando argumentamos pero a menudo también pueden ser usadas como recurso fácil
solo para ganar una discusión. Esto sucede cuando la comparación no está bien
hecha, bien porque el grado de semejanza no es el adecuado o es superficial. A continuación citamos el siguiente párrafo
del estudio de Boldrin y Levine (2008) en el que compara el consumo de un
personaje de Disney como Mickey Mouse con el de comida:
“Si como una gran comida, tendré menos hambre, el
valor de esa comida para mí, disminuirá y los restaurantes se darán cuenta que
ya no querré pagar mucho dinero. No hay externalidad: mientras más consuma de
un bien, más me cansaré de ese bien” (p.199)
Y más adelante,
“si Disney tuviera un monopolio en el sector
alimenticio, (…) probablemente llegaríamos a un estado cercano a la inanición.”
(p.199).
Los autores en este caso incurren en una falsa
analogía al comparar a Mickey Mouse con el consumo de comida pero resulta
especialmente dolosa viniendo de dos economistas que, probablemente conocen muy
bien las diferencias en el consumo de una barra de pan y un bien de experiencia como un libro o una
película. En este segundo caso, su consumo no produce hartazgo como señalan los
autores sino verdaderas ganas de seguir consumiendo ese tipo de bienes (y si no
intente convencer de lo contrario a un fanático de reggaetón).
Y para despedirnos del mundo de las falacias,
volveremos a nuestro contrincante para ver cómo se las arregla para defenderse
esta vez con un recurso más común de lo que creemos.
La
falacia de la falsa pista
Este recurso es un clásico de clásicos en el mundo de
la discusión argumentativa. ¿Quién no ha caído en la tentación de “embarrar la
cancha” ante un inminente fracaso argumentativo? Se trata simplemente de
“insertar en la discusión critica elementos que distraen del asunto de debate” (Bordes Solanas, 2011, p.196). En el asunto que nos ocupa, citamos el siguiente
párrafo del estudio de Towse (2007):
Sin embargo, algunos de los efectos perniciosos del
monopolio natural se refutan recordando que muchas veces la sociedad acepta
otros monopolios como una asociación comercial (p.54)
Reinterpretando este párrafo podemos decir que,
Los monopolios naturales tienen efectos perniciosos
La sociedad acepta otros monopolios
Ergo, la sociedad también debe aceptar los monopolios
naturales.
Creemos que esta falacia es de las más creativas de
todo el estudio ya que requiere de gran imaginación suponer que se “refutan”
los efectos perniciosos del monopolio natural solo por el mero hecho de que la
sociedad acepte otros monopolios. Creemos que con este argumento los autores
finalmente tiran la toalla y apelan a un recurso fácil que demuestra una gran
pereza intelectual.
En marzo de 2013 la Comisión Europea publicó un
estudio
sobre los efectos de la piratería sobre la industria de la música digital. Sus
conclusiones fueron sorprendentes viniendo de un organismo que no se
caracteriza precisamente por sus propuestas novedosas. La piratería no solo no
perjudicaba las ventas de música digital sino que las potenciaba. Una noción
que ya muchos intuían.
Un análisis argumentativo de este estudio excede estas
páginas pero la publicación de esta clase de estudios por organismos que
todavía gozan de algún prestigio en determinados círculos llama la atención
sobre algo que ya veníamos sospechando: el consenso está roto. Ya ni las voces más
ortodoxas se atreven a defender el actual sistema de propiedad intelectual. O
por lo menos se permiten dudar sobre los efectos nocivos de la piratería
musical.
Pero, al margen de ello, y a la vista de los datos,
cabe hacerse una pregunta más amplia, más importante y que atañe a cuestiones
más fundamentales que el derecho de unos pocos a consumir música gratis. ¿Cómo
nos acercamos al saber? ¿Podemos dejar nuestro conocimiento en manos de
expertos?
En
este ensayo hemos intentado contestar a esta pregunta indagando en los recursos
estilísticos que usan los economistas para convencernos de sus ideas. Hemos
detectado sus argumentos, los hemos desnudado, los hemos reformulado para poder
entenderlos mejor y, finalmente, hemos analizado los ornamentos que utilizan
para convencernos y las formas que tienen de engañarnos amistosamente a través
de las falacias.
El
nuestro ha sido un ejercicio humilde que llevado de forma exhaustiva,
resultaría infinito pero nos ha servido para darnos cuenta de algunas cosas
acerca del conocimiento. Lo primero es que, efectivamente, no podemos fiarnos
de los expertos. Tampoco podemos delegar completamente esta tarea en manos de
terceros sin hacer nada al respecto. Y por último, esperamos que este pequeño
ejercicio sirva para introducir una
mirada crítica —y constructiva al mismo tiempo— sobre los temas que nos afectan
en nuestro día a día. Buscando explicaciones y tratando de entender cada vez mejor
el mundo en el que vivimos, tal vez algún día seamos capaces de “despojarnos de
nuestros ídolos”, como Bacon nos sugiere.
Boldrin, M., & Levine, D. K. (2008). Against intellectual monopoly. New York:
Cambridge University Press.
Bordes Solanas, M. (2011). Las trampas de
circe: Falacias lógicas y argumentación informal. Madrid:
Cátedra.
Marraud, H., (. (2013). Es lógic@?: Análisis y
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Towse, R. ., & Handke, C. (2007). Análisis
de las sociedades de gestión de derechos de autor = economics of collective
management of copyright. Madrid: Autor.
Vega Reñón, L., & Olmos Gómez, P. (2011). Compendio
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Weston, A., & Malem, J. F. (1998). Las
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