En los
últimos días se ha armado un gran revuelo en torno a la emisión del programa
Operación Palace de Jordi Évole, una parodia de documental, un fake que se convirtió
rápidamente en Trending Topic mundial.
Vi el
programa desde el principio suponiendo que era una broma pero escuchando con
atención las pistas que nos daban sobre el tremendo acontecimiento del 23 F.
Después me
fui a dormir tranquilamente. No creí que un simple programa de entretenimiento
podría levantar tantas ampollas a favor como en contra.
Personalmente
debo decir que este tipo de formatos me dejan frío. No me enojan ni me
entusiasman. Simplemente transcurren por mi retina con ligereza. Como si me
tomara un buen sorbo de vermuth fresco.
Sí, está
bueno. Pero una vez que lo termino sigo con mi vida corriente sin necesidad de
ponerme a filosofar sobre las bondades del vermuth (aunque no descarto hacerlo
en algún momento).
El programa
fue una fiel copia de otros formatos de fake documental que se han hecho en
otras partes del mundo.
Y punto.
¿Por qué algunos elogian la genialidad de Évole
mientras que otros lo atacan? Me cuesta empatizar con las dos posturas. Ambos son
enérgicos y sentimentales.
Pero, dentro
del amplio debate hay muchas cosas que se pasan por alto y que resultan evidentes.
Évole quería
provocar y lo consiguió. Es probable que la cadena Atresmedia lograra también sus
objetivos empresariales: ser líderes de audiencia en esa franja horaria.
Pero… han
conseguido mucho más.
Algo mucho más
importante. Algo que vale mucho y que todos los días regalamos sin rechistar.
Información.
La emisión
del programa contó con miles de comentarios en las redes sociales (más de 2000
tweets en Twitter en solo tres días sin contar otras redes sociales como
Facebook). Un feedback que vale oro para cualquier empresa.
Tener información
de lo que piensan miles de personas que te ven por TV no tiene precio y, en ese
sentido, el programa ha sido un rotundo éxito para sus creadores.
Hace ya
varios años Jeremy Rifkin esbozaba las principales características de este
nuevo tipo de capitalismo cultural en el que acceso es el principal eslabón.
Ya no
queremos poseer cosas, necesitamos solamente tener acceso a ellas. A la música,
a la televisión, a las películas, a los libros.
Pero claro,
cualquiera que quiera dedicarse a esto del entretenimiento necesita algo más de
sus potenciales clientes. Algo hermoso. Sagrado. Intangible. Ingrávido.
La información.
Los datos.
¿Y el
mercado? Cada día queda más claro que el mercado no es negocio. Las redes ya no
son el futuro. Son el ahora. Redes de distribución. Redes de empresas tecnológicas.
Alianzas. Monopolios.
En palabras de Rifkin
(2000),
(…) las redes
por su propia naturaleza se diseñan para eliminar esos mercados conformados por
compradores y vendedores y para reemplazarlos por cadenas de proveedores y
usuarios. En el caso de que las redes continúen eliminando mercados ¿estarán
violando unas normas antimonopolísticas cuyo único propósito consiste en
proteger los mercados tradicionales? (p.105)
Lo que sea con tal de escapar del oscuro,
caprichoso y desconcertante mercado.
No se les puede culpar por ello. ¿Quién quiere
estar en una calle oscura viendo pasar a la gente sin un techo, muerto de frío
e intentando captar la atención de los viandantes?
No… se está mejor con amigos, charlando en un
café a resguardo de la intemperie y del viento.
Y sino que le pregunten a Facebook y a Whatsapp.
Atresmedia apostó por un formato que no solo
resultó un éxito desde el punto de vista del rating sino que además logró
obtener en pocos segundos más información de sus televidentes que con el mejor
ejercito de encuestadores del mundo.
Y todo esto
nos debería hacer reflexionar sobre el tipo de capitalismo en el que
vivimos en el que los empresarios más exitosos son aquellos que logran escapar
del mercado de la forma más elegante posible.
Y encima entreteniendo a la parroquia con
debates trasnochados sobre si lo sabemos todo sobre el 23 F o los límites del
periodismo.
Al final, me obligaron a escribir sobre un tema
menor aunque he podido aprovechar la ocasión para decir algunas cosas que me
parecen importantes sobre el tipo de sociedad en el que estamos inmersos.
Y ahora vuelvo a mi vermuth fresquito, con un
solo hielo mientras me asomo a la ventana y atisbo un débil rayo de sol que se
cuela por las espesas nubes en un último intento por quedarse.
Y no irse más hasta el verano.
Etiquetas: acceso, big data, capitalismo, capitalismo cultural, datos, economía de la información, Jeremy Rifkin, Jordi Evole