Hace unos días
Spotify me mandaba a mi correo las estadísticas de mi consumo de música en el
año 2014. Me ofrecía esta información con satisfacción a sabiendas de que más de
uno querrá chusmear sus propios rankings.
En las últimas
semanas, hemos sido testigos del cierre de varias páginas de las que se podía
descargar material sujeto a derechos de autor. Una noticia que fue trending
topic en Twitter durante varios días.
Pero, ¿qué tienen en
común estos dos hechos? Probablemente que hablar sobre bienes intangibles está de moda. Hasta hace
poco era negocio producir música, se vendían discos y la industria estaba
contenta. Luego llegó la piratería para dinamitarlo todo pero rápidamente otras
formas de negocio surgieron. Formas que tienen que ver con un concepto de
propiedad que está cambiando.
La principal misión
de Spotify es generar un modelo de negocio que le permita captar información de
sus clientes. Por eso ya no nos interesa hablar de propiedad intelectual, está
claro que el dinero ya no está allí sino en la generación de datos que nos
puedan revelar el patrón de consumo de los consumidores.
Pero antes que nada, volvamos a los bienes intangibles. ¿Qué son?¿Por
qué son tan importantes para entender el capitalismo en el que vivimos?
En primer lugar, podemos decir que son unos bienes
especiales que
no cumplen con los clásicos preceptos de la oferta y demanda. Algunos
teóricos hablan de ausencia de tres características intrínsecas que sí poseen
el resto de bienes. A saber:
·
Exclusión: en la vieja economía basada en la escasez y en
los bienes materiales era posible excluir a alguien del consumo. Suena cruel
pero en eso se basa el capitalismo. Si todo fuera gratis no habría negocio para
las empresas (ojo, no estoy defendiendo el sistema, solo lo estoy describiendo).
Pero cuando hablamos de bienes
intangibles — digitales — ya no es fácil ni barato excluir. Es por eso que en
este contexto, algunos plantean como solución a las ineficiencias, el consumo
colaborativo (en la Guarida de ficción se habló sobre este tema la semana
pasada, puedes ver el link aquí).
·
Rivalidad: los bienes materiales son rivales si, por ejemplo,
un consumidor se come una manzana y otro consumidor no puede comerse la misma
pieza de fruta. Lógica pura ¿no? Pues, con los bienes digitales ocurre lo contrario: dos personas
pueden consumir el mismo bien sin que disminuya su cantidad. Desaparece la escasez
como premisa de la ciencia económica. Pero surgen más problemas: si solíamos
fijar el precio en función del costo marginal de producir un bien (es decir el
costo de la última unidad producida) y éste es tendiente a cero como sucede con
los bienes digitales, todos los productores se irían a la bancarrota. Y es por eso que economistas como Jeremy Rifkin (2014) hablan de la “economía
del coste marginal cero”. Este es el famoso drama de la productividad.
·
Transparencia: este es el punto más interesante. Cuando
hablamos de bienes en los que interviene la tecnología estamos pensando en
bienes con una cierta complejidad. Un ejemplo clásico de la literatura
económica ha sido el mercado de los autos usados, un mercado que ha servido a
los economistas para teorizar sobre aquellos bienes de los cuales no podemos
tener toda la información. En este sentido, hay bienes que requieren un
aprendizaje previo antes de ser demandados y consumidos (Kahin & Varian, 2000)[1].
Es el caso de muchos bienes llamados
culturales y —por supuesto— de la privacidad. Pero no solo hablamos de aprendizaje
previo sino también de un cierto tipo de “racionalidad”. En algunos tipo de
bienes, algunos economistas hablan de “racionalidad limitada o acotada”
(hablaremos de este tema en otros posts). Pero básicamente, lo que queremos
decir es que no siempre sabemos lo que estamos gestionando cuando hablamos de
privacidad. Es algo demasiado complejo, abstracto y opaco como para que el
consumidor tome decisiones racionales que vayan en su propio beneficio. Por lo
menos así apuntan algunos teóricos como Daniel Kanheman o Alessandro Acquisti.
Algunas de estas particularidades llevaron el debate por
fuera de lo meramente académico para instalarlo en la sociedad, en la calle.
Nos referimos a la extensa bibliografía y hemeroteca que existe en relación a
la propiedad intelectual y, más concretamente, en relación a los derechos de autor.
Durante mucho tiempo, se debatió en diferentes foros sobre si era ético o no
piratear y sobre el derecho de los artistas a cobrar por su trabajo.
Sin embargo, más allá de que el debate esté zanjado o no, muchos podrían alegar que este debate es menor. Al fin y al cabo, ¿a quién le interesa defender el derecho de
unos pocos a bajarse la temporada completa de Game of Thrones o a dirimir si es delito que se comparta una película china subtitulada, que probablemente nadie verá, con la globosfera? Probablemente, muchos dirían
que estamos perdiendo el tiempo.
Pero debemos reconocer que tanto en el caso de la
propiedad intelectual como en el caso de la privacidad estamos hablando de
pérdida de control de la información por parte del titular. En el caso de la
propiedad intelectual estamos hablando de contenidos que están bajo copyright y en el caso de la privacidad
hablamos también de información, en este caso de datos personales (Lessig, 2006).
Sin embargo, cuando
hablamos de vigilancia y privacidad estamos
involucrando a un espectro más
amplio de personas. Y cuando
hablamos de consumidores, estamos hablando de
grandes masas de población, no solo de los frikis de turno que se bajan la última
temporada de sus series favoritas (con todo respeto por los frikis, es cariñoso).
Rifkin (2014) habla del fin de la privacidad y del
comienzo de la era de la transparencia. En su visión optimista de las nuevas
tecnologías, la pérdida de la privacidad por parte de los consumidores es solo
un paso más hacia ese capitalismo en el que el “acceso” es más importante que la posesión.
Estamos volviendo a una era “comunal” como la que había antes de la era moderna
en la que incluso “la gente se bañaba junta y en público, orinaban y defecaban
en público, comían en mesas comunales y tenían encuentros sexuales
frecuentemente en público,..” (p.64).
Todo según Rifkin. Juro que dijo eso. Pueden buscar la cita.
Yo creo, en cambio, que la cultura
del selfie es lo más lejos a lo que estemos dispuestos a llegar, no creo que
volvamos a prácticas escatológicas comunales aunque visto que Robbie Williams
retransmitió el parto de su mujer por Twitter, ya empiezo a dudar…
De alguna manera, y siguiendo a Rifkin, el surgimiento de
la burguesía fue en paralelo al nacimiento de la vallas que facilitaban la exclusión
en la propiedad de las tierras. Y lentamente pasamos al capitalismo en donde
cada ciudadano tenía su propia habitación, con sus puertas, con sus llaves y en
la que la privacidad pasó de ser un mero acto de supervivencia a ser un
derecho. De alguna manera, Rifkin (2014) nos viene a decir que esta nueva generación
ya no percibe la privacidad como un derecho sino que la libertad pasa por poder
compartir su información con otros y, al mismo tiempo, tener acceso a otros.
Si
eso es así, el concepto de libertad es bastante menos exigente que el que
proponen otros teóricos como Amartya Sen que la conciben como la posibilidad de
poder elegir entre alternativas rivales (hemos hablamos sobre este concepto de
libertad en este post).
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Fuente: https://innovateedu.files.wordpress.com/2014/09/cheap-data-collection.jpg |
En el mundo feliz de Rifkin no hay lugar para la
economía ni para hablar de empresas que hacen dinero con nuestra información. Ya
no hablamos de robo de la identidad o de una cuestión ética. Estamos hablando
de dinero y de cómo otros hacen negocio con un bien intangible que hasta el más
pobre posee: sus datos personales.
Y por último, unas
palabras sobre Google News. Probablemente, la Ley de propiedad intelectual, que
entrará en vigor en España el próximo 1 de enero, se ha visto moldeada por el
lobby de algunos medios de comunicación (es una especulación, la verdad es que
no tengo idea) o, en el mejor de los casos, el gobierno ha querido legislar sin
olvidarse de un sector que ha sido muy castigado durante la crisis.
Sin embargo, creo que
les ha salido el tiro por la culata: Google se va porque su principal negocio
no es informar sino captar información de sus usuarios y transformarla en
publicidad a medida. Los que posiblemente salgan perdiendo con esta medida
serán los mismos medios de comunicación que perderán tráfico a sus páginas
webs. Por otra parte, ¿qué pasa con las televisiones? ¿Acaso no son la mayoría
de los noticieros y los programas de noticias meros repetidores de las noticias
que generan los diarios? ¿No deberían estar sujetos también a esta nueva ley?
De momento, los dejo.
El año se termina y ya no quiero hablar más de temas serios. Espero que
disfrute de estos días de fiesta y tenga cuidado con las comilonas, el alcohol
y la familia. No siempre son una buena combinación.
Bibliografía citada
Rifkin, J. (2014).
The zero marginal cost society. J. Rifkin, The Zero Marginal Cost
Society.
Kahin, B., &
Varian, H. R. (Eds.). (2000). Internet publishing and beyond: The
economics of digital information and intellectual property. MIT Press.
Lessig, L. (2006). Code. Lawrence Lessig.
Etiquetas: Amartya Sen, bienes culturales, bienes intangibles, consumo colaborativo, economía de la cultura, Jeremy Rifkin, privacidad, propiedad, propiedad intelectual