Estoy alucinando con el cambio
climático. Y no es porque lo diga el Papa sino por la cantidad de semanas
consecutivas de calor seco, intenso e implacable que hemos tenido. No sé si es
una excusa válida pero no he sido capaz de hacer nada razonablemente intelectual.
Por suerte. Incluso lo malo llega
a su fin. Y acá estoy otra vez.
Hace unos días se cayó un
edificio en el barrio de Tetuán de Madrid. Dicen que avisan, y este avisó lo suficiente como para que
los vecinos desalojaran el lugar. Cuando pasé por allí, la imagen me impactó.
No era nada nuevo. Cada tanto suceden estos desastres arquitectónicos. Por
suerte no hubo que lamentar heridos ni muertos. Una vez pasado el susto, el
evento del barrio despertó la curiosidad de los vecinos y la prensa. No era
extrañar: las pequeñas vidas de estos vecinos quedó expuesta en un segundo. El
baño. Las cortinas del salón. Un retrato colgado en la pared. El color de los
muros.
En tiempos no tan lejanos, podría
haber sido vergonzante pero hoy en día hacemos esto a todas horas y con todo el
mundo. De alguna manera, todos, famosos o no famosos, hemos derribado los muros
de nuestra casa y hemos dejado que entren las cámaras.
Uno de los mayores cambios que
hemos experimentado en las últimas décadas ha sido la transformación de los
consumidores en generadores de datos. Ya hemos hablado en otros posts de
nuestra manía en ir dejando un rastro de información que las empresas
aprovechan para hacer negocio. Hablamos de oferta y demanda de información y de
las características intrínsecas de este tipo de
bienes intangibles.
En el ámbito jurídico tres han
sido las consecuencias de este nuevo paradigma del capitalismo: por un lado un
resurgimiento de leyes de transparencia
o de acceso a la información pública, es decir, todo un conjunto de legislación
que intenta defender el derecho y la libertad de la información, por otro, la
actualización de las leyes de protección
de datos, en especial en el seno de la Unión Europea. Y por último y no
menos importante, las sucesivas reformas a las leyes de propiedad intelectual.
No entraremos en debates
jurídicos que solo interesan a los abogados pero está claro que la
característica especial de estos bienes supone un desafío para los modelos convencionales
de la economía y el derecho. De esto también hemos hablado en este blog.
Ya en otro
post habíamos hablado
de bienes que no son rivales, esto significa que el concepto de propiedad se
desdibuja claramente. ¿Quién es dueño de algo? ¿El que lo posee? ¿El que lo
consume? ¿El que lo usa?
Robar significa, según la RAE: “Tomar para sí lo ajeno, o hurtar de cualquier modo que
sea”. Pero cuando alguien usa mis datos personales para ganar dinero, ¿me está quitando algo? En ese caso, ¿qué es lo que me está quitando?
De alguna forma, los mismos
dilemas que afrontábamos cuando hablábamos de derechos de autor resurgen una
vez más aunque esta vez con mayor virulencia. Y no solo eso. En este caso, no
estamos hablando de un grupo de chavales que se bajan una película para verla
en casa, con subtítulos y en versión original. Estamos hablando de empresas que
tienen como modelo de negocio— perfectamente legal— lucrar con los datos
personales de los consumidores. Estas mismas empresas son las mismas que abogan
por la libertad de prensa y el derecho a la información. Ya hablaremos de esto.
Pero volvamos a la ley.
Estos tres conjuntos de leyes,
por llamarlos de alguna manera generan una serie de inconvenientes en su
aplicación. Por un lado, los defensores de la libertad de prensa, es decir, los
medios de comunicación, los periodistas y las empresas tecnológicas siempre se
han mostrado a favor de leyes que fomenten la transparencia de las
instituciones públicas y la apertura de datos, aun sabiendo que muchas veces la
información no solo puede significar más derechos para los ciudadanos sino más
dinero para ciertas empresas.
Queremos más información y eso
está bien como ciudadanos pero tenemos que estar dispuestos a saber quiénes
se benefician con la apertura de datos.
Que Google, sancionada en
reiteradas ocasiones por la Agencia española de Protección de Datos
,
patrocine cátedras de formación en materia de privacidad es significativo
.
También lo es que apoye todo tipo de iniciativas de
open data, tanto a través de becas a la formación como a través de
herramientas que facilitan el tratamiento del big data (por ejemplo, el ex Google
Refine para limpiar datos, Google Drive para almacenar y compartir los mismos,
Fusion Tables, para visualizar etc.).
Insisto, no es una crítica (¡Google vive de los datos!) pero
debemos tener en cuenta que este tipo de empresas no tiene entre sus objetivos
principales defender los derechos de los ciudadanos, ni siquiera de los
consumidores. ¡Y no diga que deba hacerlo! Google vive de los datos personales,
de la información y todas aquellas medidas que faciliten su negocio las
apoyarán y las fomentará.
Por otra parte, las leyes de
copyright también colisionan con el derecho a la información, por eso no es de
extrañar que a menudo este tipo de legislación perjudique la libertad de
prensa. Lo hemos visto este año cuando la tasa google a través de su ley de
propiedad intelectual
que impuso el gobierno significó el cierre de Google News en España lo que a la
postre fue una batalla perdida para los medios de prensa española.
Mucho debate mediático ha habido
en torno a la Ley de Propiedad Intelectual y a la Ley de Transparencia pero
creo que nos falta una pata. Nos falta una reflexión a fondo sobre la Ley de Protección de Datos Personales. Nos falta saber qué están haciendo los
consumidores y las asociaciones de consumidores para proteger nuestra
privacidad.
Puede que la misma corrupción
tenga la culpa. A menudo, los corruptos se escudan en las leyes de protección
de datos para que no se sepan sus fechorías. Pero no debemos caer en el error de pensar que
el que quiere esconder su vida es porque ha hecho algo vergonzante. El juez Richard
Posner iba en ese sentido cuando escribió
The
right of privacy,
un artículo que aboga por el libre mercado por encima de consideraciones menos
importantes como el carácter instrumental de la privacidad. En este sentido, la privacidad nunca es buen negocio para las empresas. Posner cree que la
privacidad entorpece el desempeño de las empresas. En la misma línea iban
algunas empresas tecnológicas cuando se debatía la directiva europea de
protección de datos. Y puede que en algún sentido tengan razón. Entorpece a las
empresas que usan los datos personales aprovechándose del desconocimiento del
consumidor.
De momento, no lo tengo claro
pero es evidente que hay ganadores y perdedores. Y aquí todos se mueven— las empresas tecnológicas haciendo
lobby en Bruselas, los gobiernos impulsando portales de transparencia, los
medio de comunicación presionando para poder acceder a más datos públicos, etc.—
pero nos faltan los consumidores. Ya ven que ni siquiera pierdo el tiempo en
hablar de ciudadanos.
Creo que dentro de la lógica
capitalista debemos entender que es nuestra condición de consumidores, más allá
de que seamos ciudadanos, lo que otorga el carácter de esta particular transacción
entre productores y consumidores de datos.
Ya hemos hablado en otros foros
de la información asimétrica en las relaciones entre los
consumidores productores de datos y las empresas,
consumidoras de datos.
Los vendedores de datos no saben cuánto valen y ni siquiera hay un contrato
claro al respecto. El bien es tan complejo que el consumidor no es capaz de
calibrar su importancia económica.
Pero veamos qué pasa con los datos en manos
del gobierno. ¿Se puede hablar de un mercado? El gobierno genera datos de
gestión, estos datos en principio no son públicos, el ciudadano accede pero de
forma parcial, sin embargo, como pagador de impuestos tiene derecho a esos
datos, de alguna manera le pertenecen. El problema es que abrir esos datos al
ciudadano podría significar abrir esos datos a las empresas. Y alguien amigo
del libre mercado, como nuestro amigo Posner, diría: ¿Y qué problema hay que
accedan a esa información las empresas? En principio, ninguna. El problema es ¿quién
paga? ¿Está el ciudadano con sus impuestos subsidiando la materia prima de
muchas empresas? Habrá quien pueda decir—el mismo amigo amante del libre
mercado—
si la transparencia fomenta la actividad empresarial bienvenida sea. Magnifico,
dirán algunos. Mientras otros se preguntarán: ¿por qué subsidiar a empresas que
trabajan con datos y no a los toros?
No me malinterpreten. Me encanta
la transparencia. Que los políticos rindan cuentas y también las
administraciones públicas pero estamos hablando poco, o demasiado poco, de las
prácticas del sector privado. Y de la relación entre gobiernos y empresas. Y me
molesta cuando los presuntos corruptos alegan problemas de privacidad para no
dar cuenta de sus acciones pero queridos: me inquieta aún más la mercantilización
de la vida privada. Me inquieta que cada vez más las esferas de lo íntimo se
incorporen al capitalismo. En realidad, no se trata de estar a favor del libre
mercado o del populismo. Por favor, basta de ideología barata.
Se trata de saber por qué en este momento de
la historia, como consumidores valoramos tan poco la privacidad. Podría ser que
se ha instalado una manera de hacer negocio que cada vez más depende de los
datos personales. No es mi afán demonizar. Pero todo tiene consecuencias. Y
parece que, como consumidores, no estamos haciendo lo suficiente. O puede ser
que no tengamos mucho margen para actuar. Ya sabemos que estar metido en el
mundo del consumo capitalista, es someterse a la vigilancia. No me linchen los
amigos del status quo. No quiero acabar con el sistema pero los que piensan que
la privacidad es una cuestión de delincuentes que quieren esconder sus
fechorías o de personas avergonzadas por sus estilos de vida, se equivocan.
La
privacidad es importante por
muchas otras razones. Menos tangibles pero más trascendentes. No solo estamos
hablando de alguien que está lucrando con nuestros datos. O que mi información
pueda caer en las manos equivocadas.
La esfera de lo íntimo implica
muchas más cosas. La intimidad configura las relaciones humanas. No actuamos de
la misma manera con todo el mundo. El grado de cercanía con una persona está
dado en parte por el tipo de información que compartimos y por la manera en que
lo hacemos. No nos dirigimos de la misma manera al verdulero que nos pesa la
fruta que a nuestra madre. La manera en que configuramos las relaciones de
confianza viene dada por la forma en que liberamos información relevante y cada
sociedad tiene sus cánones. En España los camareros acostumbran a preguntarte
cuándo te vas de vacaciones y el ganador de la Lotería festeja con sus vecinos
del pueblo. En otros países, nadie contaría a viva voz que se ha transformado
en millonario por miedo actos delictivos o a que tus hijos te maten para cobrar
la herencia. En cualquier caso, las
relaciones humanas están configuradas por esa dosis de privacidad necesarias
que cada uno controla a su manera.
Pero… ¿qué pasa cuando dejamos de
tener el control sobre este aspecto? James Rachels, filósofo moral no lo puede
decir más claro:
Si no podemos controlar quien
accede a nosotros, (…) entonces no podremos controlar los patrones de
comportamiento que necesitamos adoptar (y esta es una de las razones de por qué
la privacidad es un aspecto de la libertad) o el tipo de relación que tendremos
con otra gente (p. 309)
¡Y corría el año 1975!
No creo en las conspiraciones
pero sí creo que hay sistemas económicos que tienen consecuencias. No soy un
canguro objetivo pero, en base a la experiencia, debo decir que estamos
asistiendo a un cambio en nuestros valores morales y de comportamiento que
responden de forma directa a la creciente falta de privacidad que estamos
experimentando y que esto es directamente achacable al sistema productivo en el
que vivimos.
Inevitablemente nuestra forma de
comportamiento se modifica sabiendo que hay alguien vigilando. Es algo que no
podemos evitar y supongo que lo estudiaran los psicólogos de turno pero hay
algo en nuestra psique social que se está modificando.
Pero volviendo a la transparencia
y la sed de datos casi adictiva que nos invade a todos, (antes esta adicción a
cuantificar era solo patrimonio de algunos economistas) ¿Adivinen qué países se están moviendo en este
sentido?
No es casualidad que los gobiernos
de Estados Unidos y Reino Unido lleven la bandera de la transparencia entre sus
principales cometidos. El portal
http://data.gov.uk/
del gobierno británico ha ido mejorando e incorporando datos a distintos
niveles (nacional y local) y ha sido una iniciativa muy cacareada por el
gobierno de David Cameron.
Por otra parte, Barak Obama impulsó nada más
llegar la Open Government Directive
en la que instaba a las distintas agencias a que tomaran medidas específicas de
acceso a los datos públicos por parte de la ciudadanía. Medidas que han ido
implementándose año tras año: la última tiene que ver con ofrecer información a
la ciudadanía en formatos amigables
.
Este detalle es bien valorado por determinados colectivos que trabajan con
datos (la verdad es que la web que ha montado la Casa Blanca es formidable). Y
me encanta cuando veo datos lindos, ordenados y si encima cuentan una historia,
es la hostia.
Pero volvamos a las
preocupaciones. ¿No eran justamente Estados Unidos y Reino Unido —los
adalides de la transparencia—los más cuestionados en lo que a
vigilancia se refiere después de las revelaciones de Eduard Snowen?
A lo mejor estoy columpiándome pero pareciera
haber una relación inversamente proporcional entre vigilancia y transparencia.
E inversa también entre transparencia y protección de la propiedad intelectual.
En efecto, Posner está a favor de
que existan los secretos industriales ya que son el motor de la innovación
aunque defiende la existencia del dominio público después de un tiempo pero en
cuanto a privacidad lo tiene claro: entorpece el libre mercado
.
Lawrence Lessig autor, de Code
,
en el que se manifiesta en contra del actual sistema de derechos de propiedad
intelectual, está de acuerdo sin embargo en que deba existir un estricto
sistema que proteja la privacidad, incluso un sistema parecido al copyright en
el que los titulares de derechos ceden los mismos por una cuantía. Una especie
de regalía por ceder tus datos.
Pero volviendo a los que nos
interesa. Hay algunas alianzas que me inquietan. En especial cuando se intenta
meter en un mismo saco cosas tan dispares como la libertad de prensa, la
privacidad de los datos personales y la propiedad intelectual y yo me sigo
preguntando: ¿estamos haciendo lo suficiente para proteger la esfera más íntima
de nuestras vidas? ¿Puede esto afectar a la forma en que construimos nuestra
ética y nuestra moral? Creo que hay un debate pendiente que se ha acallado más
de lo que me hubiese gustado.
Tal vez sea la crisis económica. La
desigualdad. Puede que haya gente que piense que este es un debate frívolo pero
me pregunto, una vez más, si debemos salvaguardar la privacidad como un derecho
básico, un derecho que garantiza la libertad de los ciudadanos. Lawrence
Lessig, esboza una explicación más simple para esta falta de interés:
La gran diferencia entre copyright y privacidad es la política
económica que intenta solucionar estos dos asuntos. Con el copyright, los
intereses amenazados son poderosos y están bien organizados, con la privacidad,
los intereses amenazados son difusos y desorganizados. Con el copyright los
valores que están en contra (los bienes comunes, el dominio público) no son
evidentes ni bien entendidos. Con la privacidad, los valores que la combaten
(seguridad, guerra contra el terrorismo, etc.) son evidentes y muy bien
entendidos. El resultado de que existan estas diferencias (…) es que en los
últimos diez años, mientras que hemos visto muchos cambios técnicos y legales
en aras de encarar el tema del copyright, hemos visto muy pocos cambios que
intenten solucionar los problemas de la privacidad (p.200-201).
Puede que esta posición sea un
poco extremista y haya que matizarla pero intuyo que todo depende de cómo se
organicen los actores que están en juego. ¿Están los consumidores
suficientemente organizados?
Me quedo con muchas dudas y pocas
certezas. Esto es un berenjenal pero está claro que los bienes intangibles
están cambiando la manera en que entendemos el mundo de hoy y está inclinando
la balanza a determinados grupos que, de momento, son los grandes ganadores de
esta historia.
Estoy por tomarme otro vermuth.
Por fin, un verano en condiciones. Sol y brisa al anochecer.
Es todo lo que
pide un Canguro en agosto.
Fuente: James Rachels, "Why Privacy is Important," Philosophy fcf
Public Affairs 4(4) (Summer):
323-33, 1975. Copyright © 1975 by Princeton University Press. Reprinted by
Etiquetas: bienes intangibles, big data, capitalismo, economía de la información, información asimétrica, James Rachels, Lawrence Lessig, moral, privacidad, propiedad, propiedad intelectual, transparencia, vigilancia