Esta semana estuvo el
canguro echando humo. A veces los filósofos debemos salir de la cómoda poltrona
de la especulación y enfangarse en el mundo real. Sí, señores. He tenido que
ponerme el mono y los guantes y salir a sumergirme en la búsqueda de una
quimera. El dorado. La panacea de las cifras. Hace poco escribía sobre la necesidad de tener datos para atacar determinados problemas. Las campañas de concienciación siempre empiezan con cifras.
Pero buscar datos es
estresante. Tiene un punto apasionante y entretenido cuando encuentras algo que
pueda corroborar tu teoría. Siempre se puede manipular una cifra. Aislarla.
Torturarla. Obligarla a hacer declaraciones contra su propia voluntad. Lo vemos
habitualmente. El problema está cuando no llegas ni a tener una cifra a la cual
torturar.
El fin de
semana pasado estuve en el
IV Taller de periodismo de datos de Medialab Prado.
Una pasada de gente y de profesionales. Todos trabajando sin parar para lograr
contar una historia con datos. Estaba convencida de que sería posible. Este año
la consigna eran los derechos humanos y se me ocurrió lo obvio: que nuestro
derecho a la privacidad está siendo constante y reiteradamente vulnerado. Nos inundan
de noticias. De casos truculentos. De alertas de cosas terribles como el
Ransonware (¿has visto el
alerta de la Guardia Civil en Twitter? Te secuestran los datos y
piden recompensa, ya hablaré en otro post sobre esto). Sin embargo, cuando he
querido llegar a algún dato interesante me encuentro en el silencio más
absoluto. Nadie sabe nada. Me inundan de papers, de documentos
interesantísimos. De libros super molones y eruditos de la era digital, teorías
sobre la vigilancia masiva, me dicen que ponga a leer sobre Snowden, o que lea
las divertidísimas y claras memorias de la AEPD o del Ministerio
del Interior (ironic mode on). Incluso me pasaron un podcast de
Radiolab que es una pasada. No aporta datos pero sí anécdotas mas o menos jocosas sobre esto de las nuevas tecnologías y el robo de datos. Y esto me dio que pensar. La privacidad es un asunto que interesa
a la gente pero cada persona tiene su punto de vista de lo que es privado y lo
que es público. Y es por eso que con cada uno que hablo me esboza su percepción
sobre el tema. Para algunos el enemigo son las empresas, para otros los
gobiernos, para otros la falta de moral y ética por parte de la ciudadanía. Hay
quien incluso lo achaca al consumo desenfrenado de dispositivos móviles. Como sea.
Como ya he venido contando el asunto tiene tantas aristas que saltar al mundo
de las cifras es como hacer bungee jumping y que se te corte la cuerda nada más
llegar al río.
|
Aquí ejerciendo mi derecho al acceso con Google. ¡Mas de 12 gigas con todos mis movimientos! No es lo mismo intuirlo que verlo. Alucinante. |
Señores, solo soy un ciudadano. No soy un catedrático.
No soy abogado experto en protección de datos. Soy simplemente un canguro que a
veces se entrega al vermuth y que quiere saber concretamente cómo se está
vulnerando este derecho fundamental. Quiero saber quiénes lo sufren. Cuantos son.
Qué delitos son los más comunes. Cuáles son los colectivos más vulnerables. Me he
planteado muchas veces que si no soy capaz de obtener una respuesta es que la
pregunta es equivocada. Es posible. Algo mal debe haber en mi pregunta que me
lleva al vacío más bestial y absoluto que he visto en mucho tiempo. Investigo otros
países. Seguro que hay una nación modélica. De esas que hacen todo bien. Que compilan
datos. Que los muestran. En un lenguaje simple y sencillo. Para la ciudadanía. Seguro
que existe, señores. De momento, no lo he encontrado.
Este final
es abierto.
Ya les
contaré más.
El día está lindo. Es fin de
mes pero si puedes, tomate un vermuth de Reus. Fresquito. Con hielo. Con esas
aceitunas arbequinas que te hacen olvidar que el mundo es mundo y de que por más
que estemos inundados de datos todavía no sabemos responder a las preguntas
trascendentales. ¡Salut!
Etiquetas: big data, datos, periodismo de datos, privacidad