Cuando era apenas un joven Canguro, no era especialmente gregario. Me juntaba con dos o tres matados y hacía
verdaderos esfuerzos por superar mis falencias académicas, motrices, sociales. Era
desprolijo. Errante. Curioso. Y tenía altos y bajos. En mi performance académica,
en mi humor, en mi apariencia física. No había una continuidad.
Al mismo tiempo,
había un grupo selecto (siempre lo ha habido). Los ganadores. Los gregarios. Los
activistas. Los killers. Los amigos de todos. Los equidistantes.
La mente de los infantes se fija mucho en estas cosas
pero el paso del tiempo termina por colocar a cada uno su demonio particular. El
lindo era inseguro. El buen alumno, un perfeccionista hasta la enfermedad. El tímido
marginado repleto de acné, un crack con las chicas, un experto en matemáticas o
un conocidísimo y miserabilísimo chef.
Entramos lentamente en la vida y en la galería de
personajes que afrontan una imagen pública, una realidad interior y una psiquis
más compleja de lo que creemos.
El éxito y el fracaso se disfrazan, mutan. Al igual que
nuestra propia mirada.
Hoy les quiero hablar de un personaje un poco secundario
del Grupo Bloomsbury —aquel puñado de intelectuales ingleses que hacían de las
suyas en el Reino Unido de la primera mitad del siglo XX. John Maynard Keynes, Virginia Wolf, Lytton
Strachey, Dora Carrington y varios más conformaban un grupo de creadores
(economistas, escritores, pintores, etc.)— en el que no faltaban las intrigas y el culebrón.
Ya he hablado en otras ocasiones de Keynes,
de su fascinante vida, de sus amores y de lo poco que se ha dado a conocer su
interesante y apasionante vida personal.
Ahora quería hablar de otro personaje, no tan conocido
como este último, pero también curioso y pintoresco: Gerald Brenan.
Todo comenzó por Catalunya. La independencia. El 1-O.
Me
cuesta seguir este conflicto. Hay demasiadas voces interesadas. Hay un uso
político tan extremo del asunto que si no estás en el minuto a minuto de la
cuestión, no hay manera de formarse una opinión.
Siempre me gusta —en estos casos de tanta polución informativa— atacar el
problema de raíz. De forma lenta. Algo más profunda (total, ¿qué apuro hay por
comprender ya mismo el asunto? Podría llevarme toda la vida entender el
conflicto catalán y no habría ningún problema. Puedo vivir con ello.)
Eso y un paseo casual por mi biblioteca mientras
arreglaba la persiana de mi casa hicieron el resto. Allí estaba juntando polvo El laberinto español de Gerald Brenan. Lo
miré de soslayo. Sin saber si sería un plomo. Por regla general, la historia me
apasiona pero me gustan los buenos narradores.
Gerald Brenan lo es.
Fue solo leer el Prólogo
a la primera edición inglesa que ya me enganchó. No solo por la forma didáctica
con la que escribe sino porque resulta escandalosamente contemporáneo.
España
es el país de la patria chica. Cada pueblo, cada ciudad, es el centro de una
intensa vida social y política. Como en los tiempos clásicos, un hombre se
caracteriza en primer lugar por su vinculación a su ciudad natal o, dentro de
ella, a su familia o grupo social, y sólo en segundo lugar a su patria y al
Estado. En lo que puede llamarse su situación normal, España es un conjunto de
pequeñas repúblicas, hostiles e indiferentes entre sí, agrupadas en una
federación de escasa cohesión. (p.10)
Es un ejercicio interesante de vez en cuando dejar de
lado las tertulias (que pueden llegar a ser muy divertidas) y agarrar un libro
de historia. Intentar comprender un país, sus derivas, sus miserias y sus
fortalezas a través de la historia es un camino que al menos una vez uno debe
transitar.
Y conocer a los narradores…a menudo también.
Todo este asunto me llevó a recordar que ya había leído dos
libros de Gerald Brenan que me habían gustado Al sur de Granada (libro de viajes) y Memoria personal, una biografía que resultó ser bastante
escandalosa sobre todo por su relación con su criada y la hija que tuvieron
ambos.
Brenan había llegado a España después de pelear en la
Primera Guerra Mundial, recibe una condecoración y además una pequeña herencia
que le permite instalarse en Andalucía y dedicarse a leer y escribir (¡Un
placer!).
Se dice que tuvo
muchos hijos por España sin embargo, la más conocida es la de su criada a la
que embaraza y luego se apropia de su hija. Lo cuenta él en sus memorias y no
queda bien parada la chica.
Sin embargo, el culebrón no termina ahí. En uno de sus esporádicos
viajes a España, su amigo Ralph Patridge lo introduce en el Grupo de Bloomsbury
y es allí donde conoce a Dora Carrington de quien se enamora perdidamente, que
a la postre estaba enamorada de Lytton Strachey, y éste a su vez se enamora de
Ralph Patridge. El arreglo termina con los tres viviendo juntos Lytton, Dora y
Ralph (éstos últimos casados). Esta situación desestabilizó tanto a Gerald
Brenan que sufrió amargamente.
Son curiosas las vueltas de la vida. Brenan llega
persiguiendo el anhelo de ser poeta o novelista, sin embargo, obtiene
reconocimiento por su libro de historia El
laberinto español. Y esto me hace pensar sobre el éxito y el fracaso y los
anhelos propios que a veces solo son combustible para lograr cosas que ni
siquiera imaginamos.
En una carta que escribe Virgina Woolf en respuesta a una
de él en el que se muestra atormentado por el proceso de escritura, se explaya
sobre esa búsqueda de la belleza que suele atormentar a muchos escritores y que
atormentó a Brenan aun a pesar de que triunfó en otras facetas de su vida.
“…la
belleza, que dices que logro algunas veces, sólo se consigue al fracasar
conseguirla, triturando todos los pedernales a la vez, enfrentando la
humillación de reconocer las cosas que no podemos hacer.” (p. 71)
La cita tiene varias lecturas y ni siquiera la autora
está segura de si realmente suscribe sus propias palabras. Puede que le
estuviera sugiriendo a Brenan que se dedique a otra cosa. Puede que, al
contrario, le estuviera diciendo que persevere. En cualquier caso, los debates
internos de un escritor consigo mismo están lejos del reconocimiento externo.
Virginia Woolf estaba rodeada de reconocimiento. Tenía una
intensa vida social. Despreocupaciones económicas y sin embargo, termina suicidándose.
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Brenan con Carrington. |
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Fotografía de Francis Catherine Partridge; Dora Carrinton, Saxon Arnold Sidney-Partner, Ralph Partridge y Lytton Stachey, 1926-1927. |
Brenan recibió honores y fue reconocido como un
hispanista reputado. Sin embargo, terminó pobre y casi finaliza sus días en un
asilo de ancianos. No es
su familia la que se encarga de él en sus últimos días sino el mismo gobierno español
el que sufraga su vuelta a casa y se
ocupa de que reciba la asistencia necesaria.
¿Inmerecido éxito? ¿Inmerecido fracaso? ¿Hay una relación
clara entre la felicidad y el éxito?
Dora Carrington se suicida, tiempo después de que muera
su gran amor Lytton Strachey. Brenan pena por no ser un buen escritor y por no
obtener el amor de Dora Carrington mientras es reconocido como un gran
hispanista. Virginia Woolf se consagra como escritora, funda su propia
editorial, se nutre de amistades enriquecedoras y tiempo después, se quita la
vida.
Miramos a los “triunfadores”. Nos miramos a nosotros
mismo. Buscamos. Buscamos. Y buscamos. Éxito
profesional. Amor. Compañía. Dinero. Comodidad. Siempre estamos buscando. Y cuando
encontramos algo, buscamos otra cosa. Y si no la encontramos, se nos encoje el corazón
hasta morir.
Me voy a Cioran, el experto de la desesperación. Me prometo
no leer mucho: no es lectura para optimistas. Me quedo con esta frase y cierro
el libro. No quiero que su embrujo me atrape. Prefiero quedarme con lo valioso
que nos dejan estos personajes desesperados. Y tirar a la basura el resto de
sus diatribas.
“Ignoro
totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener
amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños. ¿No sería mil veces preferible
retirarse del mundo, lejos de todo lo que engendra su tumulto y sus
complicaciones? Renunciaríamos así a la cultura y a la ambiciones, perderíamos
todo sin obtener nada a cambio; pero ¿qué se puede obtener en este mundo? (p.
18)
Salgo a que me dé la brisa. Me niego a seguir con los
consejos de Cioran. Me dejo llevar por el presente. Mis olivas. Mi vermuth. El sol
de otoño.
Y una buena compañía.
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