Ensoñaciones sobre los escritores, la economía y la vida eterna


En algunas culturas, se cree en la vida eterna y en la reencarnación.  En que podemos mutar de un ser humano a otro. O de un caballo a un cochero y de un cochero a un caballero como en la maravillosa fábula de George Sand El perro y Flor sagrada[1]
Esto puede ser muy bueno para todos aquellos que no encuentran consuelo con una sola vida. ¿Qué mejor manera de capear el temporal que pensando que ya vendrá otra vida en la que nos cobraremos lo que hemos sembrado en esta?
Aunque parezca curioso, esto es lo que pasa con muchos escritores y artistas en general y lo que pasó con H.P Lovecraft como narro a continuación. Solo unas pequeñas pinceladas para que los lectores vean la íntima y casi obscena relación entre el dinero y la cultura. Entre lo crematístico y lo intelectual.
Lovecraft era un hombre solitario, que vivía con su madre y con unas tías solteras. Se le conoció una mujer con la que se casó y se separó. Se educó prácticamente en casa porque era un niño enfermizo. A pesar de eso, logró dedicarse a la escritura. Armó algo parecido a un grupo, un club y muchos discípulos empezaron a seguirlo y a admirarlo. La genialidad de su literatura no impidió que fuera pobre y tuvo que dedicarse a otros trabajos como corrector de obras de terceros para poder sobrevivir. El mercado le dio la espalda aunque a su muerte, sus amigos y discípulos se pusieron las pilas para publicar su obra que, con los años llegó a conocerse en el mundo entero. Lovecraft no tuvo hijos ni a quien legar los beneficios póstumos pero imagino que deben hacer sido muchos porque se convirtió en uno de los autores más vendidos del mundo.
Recapitulemos: en vida el tipo se dedica a escribir. No tiene tiempo para el marketing. Tiene que escribir, leer y escribir. Malvive con otros trabajos pero nunca se puso a pensar que tenía que aprender técnicas de marketing para vender sus libros. En cualquier caso, el mercado fue implacable con él en vida. Sin embargo, a su muerte, son sus amigos y discípulos los que toman la posta y difunden su obra. Como si se necesitaran varias décadas para que “eclosione” el negocio. Cuando pienso en su vida, me recuerda la existencia de un monje. Una vida muy recluida. Sin mujeres. Sin familia que mantener. Sin nadie a quien cuidar. Solo dedicado a su arte y con unos amigos dedicados a hacer el marketing por ti. Por suerte, Lovecraft no vivió los tiempos modernos en donde la inmediatez manda. Hoy en día nadie consideraría a Lovecraft un trabajador. Sus amigos le preguntarían, ¿Cuánto ganas? ¿Te da para vivir? ¿Qué salidas laborales tiene eso que haces? ¿Los haces por hobby? ¿Por qué no haces un máster?
Sabemos que es uno de los trabajos peor pagados. Eso dicen las encuestas pero… ¿es así? Yo diría que es uno de los peor pagados… en vida. Lovecraft no llegó a ver los beneficios de su obra[2] pero si hubiese tenido hijos a lo mejor, ellos sí. ¿A dónde fue a parar ese dinero? ¿Realmente podemos decir que el mercado “remuneró” a Lovecraft demasiado tarde?
By Lucius B. Truesdell (Life time: Unknown) [Public domain], via Wikimedia Commons

Tengo otro caso para comentar: Jean Jacques Rousseau era un crack en lo suyo. Más que un crack, una de las mentes más brillantes que alumbró el siglo XVIII. Fue un teórico del Estado, un filósofo, un músico. Un personaje que escribió obras que han pasado a la posteridad. Sin embargo, si analizamos su vida vemos que acabó exiliado de su tierra. Perseguido. Errando de acá para allá. Buscándose problemas con todo el mundo. Hay una anécdota muy graciosa que cuenta en sus Ensoñaciones de un paseante solitario (Alianza). Él está caminando por la calle cuando le cae encima un gran danés que sale volando de un carro[3]. El perro es tan grande y pesado que Rousseau pierde el conocimiento y es atendido por unos transeúntes que lo reaniman y vuelve a su casa. Roto, magullado y convaleciente se queda tranquilo recuperándose. Pasa las siguientes semanas curando sus heridas. Desaparece de la escena púbica hasta el punto de que su entorno empieza a escribir obituarios en los periódicos porque lo creen muerto. La historia es hilarante porque él tenía muchos enemigos. Rousseau era un buscapleitos. Un ser magnífico que no sabía ganarse la vida. Tenía hijos por doquier a los que dejaba en hospicios porque no los podía mantener. Tuvo la suerte de frecuentar las altas esferas, acostarse con una duquesa que lo mantenía, o irse a vivir con un fraile para escapar de la policía. Luego, su amigo Hume lo aloja en Reino Unido y le consigue alojamiento pero termina peleado con todos. Al final, muere de regreso a Francia en casa de otro amigo. Lleva una existencia errante en donde vaga de casa en casa para sobrevivir. Se refugia en los poderosos aunque su hosco carácter lo mete en problemas. Pero analicemos una de sus obras. Cualquiera. Tuvo muchos best sellers.  Sin embargo, su Teoría del contrato social ha sido y es una de las obras más vendidas de no ficción. Si los tiempos no hubiesen sido tan puñeteros, Rousseau hubiese sido millonario tanto o más de J.K Rowling pero necesitó otra generación para que su obra se hiciera mundialmente conocida. Es como si hubiera una desconexión completa entre los tiempos del mercado y los tiempos del creador.
Hay una brecha, señores. Una brecha interesante entre las necesidades de subsistencia del creador y los beneficios que recibirá, digamos treinta años después, ¿qué podemos hacer para salvar esa brecha? ¿Debemos salvarla? Algunos organismos internacionales como la UNESCO parecen apuntar en ese sentido. Proyectos como el Fondo Internacional para la diversidad cultural, proponen, a través de la creatividad fomentar actividades que generen empleo e inclusión. Suena bonito pero realmente ¿es esto lo que está sucediendo? ¿Sirve esa inversión en cultura para mejorar otros aspectos de la sociedad? He hablado con ciudadanos comunes. Que no son artistas sino trabajadores que dedican el poco ocio que tienen a consumir cultura. Gente que está dispuesta que parte de sus impuestos vaya a sectores en los que la curva entre los sacrificios y los beneficios del artistas no se compensan en una sola vida. Es decir, gente que está dispuesta a considerar a la cultura un bien público, similar a la educación o la salud[4]. Algunos economistas hablan de bienes de mérito, bienes que surgen por una preferencia comunitaria “social, no individual, al que tienen derecho a acceder todos sus ciudadanos aunque algunos de ellos no lo deseen” (p.59)[5].
Pero, ¿qué piensa el resto de población que no consume cultura y no quiere pagar con sus impuestos al colectivo de creadores por fomentar la diversidad y la inclusión?  Quedan estas preguntas pendientes. Sobre  cómo la sociedad ve a los creadores en tanto trabajadores de la cultura y sobre cómo los ve el ciudadano que paga impuestos.
No tengo una respuesta clara. Encuentro muy buenos argumentos para las dos posturas. Sin embargo, por cariño, intuición o algo que no puedo explicar, me apunto más a una que a la otra. Al final, donde la ciencia no llega ni los hechos incorruptibles, nos queda la intuición. Ese saber guardado en nuestros corazones que nos dice cómo actuar.
Disfruten lo que queda de invierno...o del verano. 



[1] Sand George, La reina Coax y otros cuentos, Astri, 2003.
[2] Para un análisis sobre el periplo de los derechos de autor de Lovecraft, leer este interesante artículo El caso del copyright en las obras de H.P Lovecraft.
[3] La anécdota está contada en primera persona en Rousseau, Jean Jaques (1971), Ensoñaciones de un paseante solitario, Alianza Editorial.
[4] Sobre los bienes públicos y la cultura he hablado en Arte y economía: otra mirada sobre el capitalismo actual. http://cangurofilosofo.blogspot.com.es/2013/03/arte-y-economia-otra-mirada-para.html
[5] Para un análisis más detallado de los bienes públicos y bienes de mérito consultar Lasuén, García Gracia y Zofío Prieto (2005) Cultura y economía. Datautor.

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