Hace
poco terminé de leer las memorias de Geoffrey Keynes, The
gates of memory,
el hermano de John Maynard, el economista.
Geoffrey
fue un hermano diligente, fue un cirujano exitoso y contribuyó mucho en ámbitos
tan variados como la transfusión de sangre y la cirugía de cáncer de mama. Además,
era un bibliógrafo aficionado y sirvió como médico en las dos guerras
mundiales. Además, le salvó la vida a Virginia Woolf en uno de sus numerosos
intentos de suicidio. Sin embargo, vivió a la sombra del economista al que
admiraba y del que se sentía rechazado. Por lo que poco que sabemos, su hermano
mayor lo ignoraba cosa que hizo sufrir mucho a Geoffrey.
Pero
lo que me ha llamado la atención de estas memorias ha sido que la sucesión de
hechos que narra se reduce a un desfile de name
dropping a lo bestia. Cargos, cátedras, medallas, logros académicos,
laborales. Sí, ya sabemos que, al igual que su hermano, se rodeó de gente
brillante (Lytton Strachey, Virginia, Rupert Brooke, Henry James, Gwen Raverat,
etc). Esto queda claro pero ya aburre.
Hay
dos elementos que llamaron mi atención. Casi no hay alusión a su vida privada.
(¿se pasaba todo el día en la universidad, en el hospital o con colegas?). Apenas
hay referencias a su mujer y a sus hijos. Solo
al final cuando habla de Milo Keynes, el explorador, que no quiso estudiar tal
como su padre pretendía.
Tampoco
hay muchas referencias a mujeres. Por lo menos, no con la profundidad con la
que se detallan los vínculos masculinos.
Es
decir, la vida privada y las mujeres casi no aparecen en su obra. Hay descripciones
bellísimas de hombres. Tanto en el plano físico como en el intelectual pero… ellas
se intuyen. Como cuando aparece Lydia Lopokova, la futura mujer de su hermano. Parece
que Geoffrey queda fascinado.
Lo
que está claro es que esa aversión a lo íntimo le lleva al extremo de censurar las cartas
de su gran amigo y poeta Rupert Brooke que publica en la década del cincuenta. Puede
que el tema de la homosexualidad no le terminara de convencer. En efecto, en
sus memorias deja entrever que en cuanto su hermano se casa con la bailarina
Lydia Lopokova y abandona las relaciones con hombres, recupera su amistad.
La verdad,
si vas a publicar unas cartas o vas a escribir unas memorias y no vas a hablar
de tu vida privada, mejor apaga y vámonos. Es como si un bombero se negara a
apagar incendios. Las memorias, las cartas y los diarios nacieron para revelar
la vida íntima. La alcoba. El “detrás de escena”. Sino mira, no pierdo el tiempo.
¿Cómo puedes explicar tu vida sin explicar la vida de las mujeres que te
rodearon? La esposa. La asistencia. La hermana. La enfermera. ¿Dónde están
ellas?
Y
seguimos preguntándonos ¿hay alguna relación entre la alcoba y las mujeres?
Michelle
Perrot ha dedicado su vida a estudiar estos dos fenómenos. La habitación y las
mujeres. Y en establecer un vínculo claro entre estas dos cuestiones Y nos dice
en Historia de las alcobas:
“La habitación es el testigo, la guarida, el
refugio, el envoltorio de los cuerpos durmientes, amantes, reclusos, lisiados,
enfermos y moribundos (…) en todos los casos se perfila la idea de cerramiento,
de seguridad, incluso de secreto”
Justamente
eso nos faltó en las memorias del hermano de Keynes a las que hacíamos antes
referencia. Faltó la habitación. Hay todo
un ejército de personas detrás de hombres célebres y exitosos como Geoffrey o
Maynard y apenas sabemos de ellas. Me refiero a ese “detrás de escena” que
muchas veces es más entretenido. Más real. Y hasta más cercano al lector.
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Fuente: Pixabay. |
No
creo que haya mala intención. Juzgar con los ojos de hoy conductas del pasado
es hartante y aburrido. Yo creo que más bien, más de la mitad de la población —las mujeres— ha vivido invisible en la
literatura tanto de ficción como no ficción.
No
es que no se nombraran. No me malinterpreten. Solo que las mujeres han
constituido ese territorio extranjero que se observa desde la lejanía. Como los perros, las plantas, los extranjeros.
Esa lejanía es tan grotesca, inocente, bestial e ignorante que es imposible de
criticar. Es como regañar a un niño de tres años porque no quiere compartir un
juguete. Simplemente, su cerebro no conoce la empatía.
Virginia
Woolf, en otro plan bien distinto, también otorgó un lugar especial a la
habitación. No solo como elemento indispensable para una escritora sino como
instrumento de intimidad. La puerta cerrada constituye el paso decisivo para la
fuerza creativa. Sin espacio propio y sin intimidad no hay creación.
Lo
que pocos saben es que Keynes tuvo una hermana y una madre. Ambas eran bastante
activas en el campo de la ayuda social, escribieron libros, trabajaron, incluso
la madre fue la primera mujer alcalde de Cambridge en 1932 cuando tenía 70
años, escribió sus memorias y fue muy activa en su comunidad (incluso más que
su marido). Su hija Margaret (hermana de Maynard) se dedicó activamente al trabajo
social, escribió libros, fundó escuelas. Sin
embargo, poco la historia sabe de ellas. Al menos en lo que contribuyeron para
que hombres como su hermano e hijos pudieran prosperar.
Y
quiero terminar de reivindicar un autor (los hay más seguro) que, por alguna razón
se acerca peligrosamente al terreno femenino casi como si lo fuera. Como si
realmente las mujeres hubiesen trascendido el mero papel de procreadoras o
cogedoras. Uno de ellos es Stephen King en Dolores
Claiborne (puedes leer mi reseña en Goodreads)
y en sus propias memorias Mientras
escribo. Hay vida familiar, hay madre, hay mujer. En definitiva, hay alcoba
para tirar al techo. Pero intuyo que son excepciones aunque las cosas estén
cambiando.
No
es culpa de ellos. No se puede escribir acerca de lo que no se conoce.
Al
menos no con pasión.
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