Médicos y pacientes: ¿se puede cuestionar el sistema de salud actual sin que piensen que has entregado tu vida al chamán de turno?



El otro día me encontraba con una amiga embarazada perfectamente sana que había salido de la consulta ligeramente estresada. ¿Qué te pasa? ¿Anda todo bien?, le pregunté. 
Claro que sí. Todo anda bien hasta que entro a la consulta y me aplica el protocolo. Ni siquiera me pregunta cómo estoy. Este volante para esta ecografía. Con este papelito vas a la tercera planta. Me tienen esperando. Ni siquiera se disculpa.  El colmo fue cuando el doctor me dijo: para que te quedes tranquila, te haremos una ecografía al mes. ¿Una ecografía al mes? ¿Pero va todo bien? Sí, sí. Tuve que decirle que no necesito venir una vez al mes al doctor para buscar tranquilidad. Casi te diría que me tranquiliza no entrar en la consulta. Es como si viniera a buscar problemas. Si está todo bien y estoy perfectamente sana, ¿cómo sé que no está haciendo todo esto por su propio beneficio?
Me quedé pensando en lo que me contaba esta amiga y me acordé de las palabras de Barbara Ehrenreich (la autora del genial libro Nickel and Dimed: On (Not) Getting by in America ): “Voy al doctor si tengo un problema pero no a buscarme un problema.[1]
Esa frase resume el sentir de miles de pacientes sanos que acuden a las consultas con miedo a que les descubran algo. Y siempre con la velada sospecha de que hay un conflicto de intereses. ¿Quién sale ganando con tantos estudios? ¿Quién sale ganando con tantas visitas al doctor? Y acá es donde me toca reflexionar sobre el asunto: ¿cómo podemos crear un sistema de salud en donde las recomendaciones no beneficien a un sector concreto? Porque si el doctor me receta un remedio que a su vez le ha recomendado una farmacéutica, estamos al horno.
¿Cómo rompemos la tentación del médico de recetarnos un fármaco de un amigo o de darnos más turnos de los que serían necesarios? Y lo más grave es que instalan al paciente en una eterna duda que no ayuda en nada a establecer un vínculo de confianza entre médico y paciente. Hay información asimétrica. Hay desigualdad.  

La relación médico paciente es una relación fiduciaria. Es decir, una relación dependiente de la confianza, entre desiguales, en la cual una de las partes, el médico, es más poderosa. El médico tiene el poder de sanar, pero al mismo tiempo, el paciente, menos poderoso, le endosa su confianza en que éste protegerá su mejor interés o su bienestar. La expectativa de confianza que el paciente deposita sobre el médico obliga a éste a responder adecuadamente y no realizar acción alguna que siquiera pudiera poner en tela de juicio su accionar y menoscabar esta confianza.[2]

Hay quien dice que esto de los médicos es como las religiones. Hay corrientes y la gente simplemente cree. El sistema parece empujar en este sentido. Hay que creer. Buscar al doctor que te caiga bien y confiarle tu vida sin cuestionar.
Y esto me lleva a una última reflexión: ¿por qué los médicos son tan corporativos? Cuando algún paciente o allegado esboza una minina crítica ya saltan con el rollo de las pseudociencias. Señores, ¿no hay nada en el medio? ¿O resulta que si cuestionas a tu médico es porque has confiado tu vida al chamán de turno?
Fuente: pixabay

¿Es posible una medicina más humana que cuide y conozca a sus pacientes, que prescinda de máquinas por defecto y los trate de forma respetuosa sin que sean un objeto más a tratar? Y otra vez me viene a la mente el testimonio de Barbara en Welcome to Cancerland[3]

“cuando me desperté y vi al cirujano de pie ante mí (…) y le oí decir muy serio: Por desgracia hay un cáncer. Al final de ese día (…) llegué a la conclusión de que lo más insidioso de aquella frase no era que apareciese el cáncer, sino que no apareciera yo, porque yo, Barbara no salía en aquella frase ni siquiera en calidad de punto geográfico.”  

Nos estamos convirtiendo en objeto de investigación. En partes de una cadena de montaje en la que los sentimientos de los pacientes no son tenidos en cuenta. Esta misma mujer embarazada me comentaba el otro día: he llevado a mi hijo a Urgencias. El doctor ni siquiera me miró. Anotaba en el ordenador. Luego sacó una hojita y me la dio. Ahí estaba todo. Los remedios. El tratamiento. ¿Pero qué tiene doctor?, le pregunté pensando que estaba haciendo una pregunta demasiado subversiva. Tuve que insistir.
Hay algo en los médicos de hoy que los repele al diálogo. Como si tuvieran un trauma que tienen que superar. No pueden hablar. Sus ordenadores son sus aliados. Se refugian en ellos como agua de mayo. El paciente se ha convertido en un alienígena al que miran con una mezcla de perplejidad y desconfianza. Es solo un ítem en una lista. Algo a gestionar y a quitarse de encima.
Hay excepciones.
Pero, pocas.



[2] Fuente: Lama T, Alexis. (2003). El médico y los conflictos de intereses. Revista médica de Chile131(12), 1463-1468. https://dx.doi.org/10.4067/S0034-98872003001200015
[3] Recomiendo la lectura de ese artículo en donde Barbara cuestiona el actual enfoque de tratar el cáncer de mama. Me ha parecido revelador y aunque fue escrito en 2001 sigue muy vigente.

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