El
otro día me encontraba con una amiga embarazada perfectamente sana que había salido
de la consulta ligeramente estresada. ¿Qué te pasa? ¿Anda todo bien?, le
pregunté.
Claro que sí. Todo anda bien hasta que entro a la consulta y me
aplica el protocolo. Ni siquiera me pregunta cómo estoy. Este volante para esta
ecografía. Con este papelito vas a la tercera planta. Me tienen esperando. Ni siquiera
se disculpa. El colmo fue cuando el
doctor me dijo: para que te quedes tranquila, te haremos una ecografía al mes.
¿Una ecografía al mes? ¿Pero va todo bien? Sí, sí. Tuve que decirle que no
necesito venir una vez al mes al doctor para buscar tranquilidad. Casi te diría que
me tranquiliza no entrar en la consulta. Es como si viniera a buscar problemas.
Si está todo bien y estoy perfectamente sana, ¿cómo sé que no está haciendo
todo esto por su propio beneficio?
Me
quedé pensando en lo que me contaba esta amiga y me acordé de las palabras de Barbara
Ehrenreich (la autora del genial libro Nickel
and Dimed: On (Not) Getting by in America ): “Voy al
doctor si tengo un problema pero no a buscarme un problema.”
Esa
frase resume el sentir de miles de pacientes sanos que acuden a las consultas
con miedo a que les descubran algo. Y siempre con la velada sospecha de que hay
un conflicto de intereses. ¿Quién sale ganando con tantos estudios? ¿Quién sale
ganando con tantas visitas al doctor? Y acá es donde me toca reflexionar sobre
el asunto: ¿cómo podemos crear un sistema de salud en donde las recomendaciones
no beneficien a un sector concreto? Porque si el doctor me receta un remedio
que a su vez le ha recomendado una farmacéutica, estamos al horno.
¿Cómo
rompemos la tentación del médico de recetarnos un fármaco de un amigo o de
darnos más turnos de los que serían necesarios? Y lo más grave es que instalan
al paciente en una eterna duda que no ayuda en nada a establecer un vínculo de
confianza entre médico y paciente. Hay información asimétrica. Hay desigualdad.
La relación médico
paciente es una relación fiduciaria. Es decir, una relación dependiente de la
confianza, entre desiguales, en la cual una de las partes, el médico, es más
poderosa. El médico tiene el poder de sanar, pero al mismo tiempo, el paciente,
menos poderoso, le endosa su confianza en que éste protegerá su mejor interés o
su bienestar. La expectativa de confianza que el paciente deposita sobre el
médico obliga a éste a responder adecuadamente y no realizar acción alguna que
siquiera pudiera poner en tela de juicio su accionar y menoscabar esta
confianza.
Hay
quien dice que esto de los médicos es como las religiones. Hay corrientes y la
gente simplemente cree. El sistema parece empujar en este sentido. Hay que
creer. Buscar al doctor que te caiga bien y confiarle tu vida sin cuestionar.
Y
esto me lleva a una última reflexión: ¿por qué los médicos son tan
corporativos? Cuando algún paciente o allegado esboza una minina crítica ya
saltan con el rollo de las pseudociencias. Señores, ¿no hay nada en el medio? ¿O
resulta que si cuestionas a tu médico es porque has confiado tu vida al chamán
de turno?
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Fuente: pixabay |
¿Es
posible una medicina más humana que cuide y conozca a sus pacientes, que
prescinda de máquinas por defecto y los trate de forma respetuosa sin que sean un
objeto más a tratar? Y otra vez me viene a la mente el testimonio de Barbara en
Welcome to Cancerland
“cuando me desperté y
vi al cirujano de pie ante mí (…) y le oí decir muy serio: Por desgracia hay un
cáncer. Al final de ese día (…) llegué a la conclusión de que lo más insidioso
de aquella frase no era que apareciese el cáncer, sino que no apareciera yo,
porque yo, Barbara no salía en aquella frase ni siquiera en calidad de punto geográfico.”
Nos
estamos convirtiendo en objeto de investigación. En partes de una cadena de
montaje en la que los sentimientos de los pacientes no son tenidos en cuenta. Esta
misma mujer embarazada me comentaba el otro día: he llevado a mi hijo a Urgencias.
El doctor ni siquiera me miró. Anotaba en el ordenador. Luego sacó una hojita y
me la dio. Ahí estaba todo. Los remedios. El tratamiento. ¿Pero qué tiene doctor?,
le pregunté pensando que estaba haciendo una pregunta demasiado subversiva. Tuve
que insistir.
Hay
algo en los médicos de hoy que los repele al diálogo. Como si tuvieran un
trauma que tienen que superar. No pueden hablar. Sus ordenadores son sus
aliados. Se refugian en ellos como agua de mayo. El paciente se ha convertido
en un alienígena al que miran con una mezcla de perplejidad y desconfianza. Es
solo un ítem en una lista. Algo a gestionar y a quitarse de encima.
Hay
excepciones.
Pero,
pocas.
Etiquetas: Barbara Ehrenreich, etica, medicina