Un conflicto que no se resuelve
Hoy
quiero hablar de la reciente votación a favor de la Propuesta de directiva del parlamento europeo y del consejo sobre los
derechos de autor en el mercado único digital
que se volverá a votar en la siguiente ronda en enero de 2019. No es mi intención
hacer una análisis jurídico ni económico (aunque ya he hablado en más de una ocasión)
sobre la relación entre la economía
y los bienes intangibles. Esta vez me permito reflexionar sobre qué pasa
cuando ponemos en la balanza derechos que entran en conflicto entre sí.
Me
quiero concentrar en particular en el artículo 13 de
la citada Directiva que me parece que es el más polémico. En el mismo, se
intenta garantizar los derechos de autor de los creadores de contenido. Una vez
más, la idea sería que haya una tecnología (un algoritmo) capaz de determinar
si un contenido viola la ley de derechos de autor.
Seguramente,
desde el punto de vista jurídico y, si querés, económico, el argumento es
impecable. Alguien produce un bien simbólico e intangible y quiere su
recompensa. Punto.
Ese
es el simple razonamiento de los que votaron a favor de esta directiva. Pero todos
sabemos que cuando defendemos un derecho entramos en conflicto con otros. Y ahí
es cuando debemos reflexionar con calma.
El
asunto no está en determinar si defender los derechos de los autores es
relevante. Estamos todos de acuerdo en que queremos ser remunerados levantemos
bolsas en el puerto, pintemos cuadros por encargo o escribamos monólogos.
Pero,
señores, el tema está en dirimir qué estamos perdiendo cuando fortalecemos un
derecho. En este caso, hay dos cosas que perdemos. O, al menos, es lo que dicen
los que están en contra de la directiva: privacidad y libertad de expresión. A lo
mejor al cantautor se la suda que un ciudadano no pueda informar sobre los
abusos que están sucediendo en su país. No lo ve porque no lo ha vivido. Y el
ciudadano o periodista del país oprimido simplemente se la repanchinga que un
escritor deje de cobrar 1,8 euros por libro vendido (antes de impuestos). O puede
que incluso al escritor no le interese que haya empresas que no conocemos
monitoreando el contenido que subimos a Internet y también puede que haya gente
que piense que ya estamos todos vigilados y ya no hay nada que hacer. El tema
es que cada lobby pelea por sus intereses y nos vienen a decir que los suyos
son los más importantes. No descubro nada diciendo esto. Sigamos.
Cambian los enemigos: todos contra el derecho de autor pero... ¿quiénes son los creadores?
Y
aquí surge la paradoja en relación a la privacidad y la libertad de expresión. Tradicionalmente,
estos dos derechos han entrado en conflicto entre sí (ya
hemos hablado sobre el vínculo entre estos dos derechos en otras ocasiones)
pero, hete aquí, que, en este caso, se han tenido que unir dos lobbies que se
detestan para luchar contra un enemigo común: el de los derechos de autor. Y eso
no deja de ser interesante.
Yo
creo que, más allá de que haya que remunerar a los creadores, el asunto está en
determinar en primer lugar ¿Quiénes son los creadores? ¿No estamos viviendo en
una sociedad creativa en la que todos somos susceptibles de convertirnos en creadores
de contenidos? ¿A quién se protege con esta ley? ¿A los miles de creadores anónimos
que nos entretienen con sus memes? ¿O a los que están unidos bajo el paraguas
de un intermediario que recauda para ellos?
Y
haré una pregunta aún más atrevida: ¿Está el productor y consumidor de memes a
la misma altura que el que compone una canción? No seré yo el que dirima esta cuestión.
Pero sí lo hará el mercado y me atrevería a decir que el mercado de "memes" está
creciendo a un ritmo vertiginoso.
Y
en este sentido, estaría bien saber: ¿está pensada esta ley para un tipo muy
concreto de creador?
Pues,
que lo digan claramente.
Más
allá de que nos gusten más o menos los memes que escuchar una canción, ambos
creadores deben tener los mismos derechos ¿no?
Pero
elevemos un poco más la conversación.
¿Plagiar es robar? Sobre el proceso creativo y el azar
Debemos
ahondar más en el terreno de la creatividad. Los que se dedican a crear bienes simbólicos
saben que no están aislados de la sociedad. Así como el escritor necesita leer
mucho para escribir bien, el músico necesita nutrirse de otras músicas, el
cocinero ser un buen comedor, etc.
Es
decir, lo que somos actualmente se lo debemos a la sociedad que nos rodea. Con sus
miserias y sus hermosuras. La idea del self
made man que piensa que todo es producto de su talento, no la compro,
señores. Hay buenas dosis de serendipia y azar en el desempeño de una persona a
lo largo de su vida (he hablado sobre ello en El
cisne negro para dummies: azar, política y narrativa) y of course, nos nutrimos del talento de
otros. Por eso me cuesta delimitar la propiedad sobre este tipo de bienes
(no solo a mí. Hay toda una disciplina y un campo de conocimiento rompiéndose los
sesos en determinar la propiedad de estos bienes y las consecuencias que tiene
no poder hacerlo con facilidad).
Señores,
ya está todo inventado en algún lugar del universo pero… ¿acaso importa? ¿Por
qué ese afán por ser originales? El creador debe conmover, entretener, hacer
pensar, lo que sea. ¿Qué importa si ya lo hizo alguien antes? Anatole France
(Premio Nobel de Literatura en 1921) tiene una reflexión magistral:
“Un espíritu preocupado
únicamente por las letras no se interesa por tales discusiones. Sabe que ningún
hombre puede presumir razonablemente de haber pensado algo que otro hombre no
haya pensado ya antes que él. Sabe que las ideas son de todo el mundo y que no
es posible decir: “Esta es mía” (…). Reconozcámoslo. Morimos de orgullo. Somos inteligentes,
diestros, curiosos, inquietos, osados. (…). Queremos asombrar y eso es todo lo
que queremos. Una sola alabanza nos conmueve, la que pone de relieve nuestra
originalidad, como si la originalidad fuera algo deseable en sí mismo y como si
no existirán tanto malas como buenas originalidades” (p.24-26)
¿Cómo pagamos al creador? ¿Garantiza el actual sistema de derechos de autor su subsistencia?
Y
por último está el asunto del sistema de remuneración de los artistas. Hay algo
que no está funcionando del todo. Si existen tantos problemas para cobrar lo mínimo
que necesitan para comer (¡los artistas y creadores también tienen esa mala
costumbre!) ¿No habría que repensar el sistema de pago de los creadores? Ya he
hablado de la economía de la creatividad. Los objetos ya no son importantes,
sino el acceso que tenemos a ciertas experiencias, ya lo dejó bien claro Jeremy
Rifkin en La era del acceso.
En
este contexto, si el hecho de que cobre un autor depende de limitar el acceso,
con la dificultad que ello significa, a un consumidor ¿podemos decir que esto
está funcionando? Con la nueva directiva todo apunta a que se encarecen los
costos de limitar el consumo y encima perdemos otros derechos que son al menos
igual de importantes (yo creo que más). No tengo una respuesta clara pero también
hay que repensar la manera en que gestionamos lo que producimos cuando nos
dedicamos a intentar vivir de nuestra creatividad. Tal vez puede que compense
tener un libro gratis para que se vendan otros. O regalar una canción para que
tu público vaya a un concierto. O ir de tertuliano a un programa de televisión
para que luego compren tu libro o aumenten las visitas a tu blog monetizado. El
oficio de la creación es distinto a otros. No responde al patrón clásico de
horas de trabajo y sueldo acorde. A menudo los artistas tienen que darse a
conocer. Tienen que producir ciertos bienes y servicios sin saber a priori cual
será la remuneración. En general, se trabaja con un nivel de incertidumbre que
poca gente es capaz de sostener. Solo renunciando a muchas cosas, el creador
puede asumir toda esa incertidumbre. Y pienso que para este escenario, la forma
de compensar a los artistas no está funcionando.
Es
decir, pretender que nada cambie cuando la tecnología está transformando todo
es al menos un poco necio. Dudo mucho que Shakira haya visto menguar sus
ingresos por culpa de las violaciones a sus derechos de autor. La clave está en
poder tener un sistema de remuneraciones que escape el, tal vez, obsoleto
sistema de derechos de autor. Es lo que hacen los superventas cuando despegan,
alejarse de los derechos autor y sumergirse en el apetitoso mundo de los sponsors,
el merchandising, etc. es decir, diversifican el riesgo. Porque señores,
intentar vivir solo de los derechos de autor es altamente riesgoso. ¿Vamos a
defender un sistema de copyright que tampoco está dando de comer a la mayoría
de artistas? ¿Vamos a poner en riesgo derechos tan fundamentales como libertad
de expresión o la privacidad en pos de unas migajas que solo benefician a unos
pocos? No lo veo claro.
Y
seamos honestos y me reitero: ¿Quién vive exclusivamente de los derechos de
autor? Justamente, al que le llega a ir bien empieza a diversificar su cartera
y se aleja del arriesgado copyright para acercarse a formas más seguras. Los sponsors
empiezan a ser más importantes. Se empieza a abrir una serie de oportunidades
que justamente apunta a escapar del siempre dramático y antiguo sistema de remuneración
de copyright.
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Internet cuando era un cosmos anónimo, allá por los noventa. La época dorada para muchos. Viñeta de Peter Steiner aparecida en el New Yorker en 1993. Fuente: https://www.flickr.com/photos/hackaday/2186706758 |
Ojo,
no estoy diciendo que haya que abolir la ley de copyright. Invito simplemente a
la reflexión y a pensar que pretender vivir 100% de derechos de autor puede que
ya resulte vintage. Necesitamos gente
que piense en nuevas formas de remuneración de los artistas porque es el
colectivo peor pagado.
Hoy
en día si un escritor quiere vivir solo de copyright ¿Cuántas copias de su
libro debería vender? Un ejemplo burdo pero esclarecedor: si un escritor
publica en una editorial tradicional corresponde al autor el 10% del precio de
tapa. Por ejemplo, si vende su libro a 18 euros, le corresponderá 1,8 por
libro, ¿Cuántos tendrá que vender al mes para llegar al salario mínimo que
en España en 2017 está en 735, 9? ¡Pues más de 400 libros al mes, es decir, más
de 4.900 ejemplares al año! Y el cálculo es antes de impuestos, o sea que lo
que llega al autor es menos. ¿Ven como no es rentable el actual sistema de
derechos de autor? ¿Por qué se creen que muchos deben tener otra profesión para
subsistir?
Hay
quien, ante esta situación pueda plantear acabar con el actual sistema de
copyright pero también podríamos plantear no destruirlo sino ¡mejorarlo! ¿Cierran
las cuentas si doblamos el porcentaje de precio de tapa? Amazon lo hace pero te
cobra una comisión que en la práctica tampoco te permite la subsistencia. ¡Y me
saltará algún editor tradicional que me dirá: si doblamos la remuneración a los
autores, no nos cierra la ecuación a los editores!
Entonces,
¿Qué conclusión sacamos?
Que
como siempre pasa en economía, para que algunos les cierren las cuentas, a
otros NO les tiene que cerrar. Si no, no hay mercado (¿No les suena un poco
marxista todo esto?).
Al
final, como siempre, todos estos debates morales y éticos se transforman en un
debate económico que se resume en:
¿Quién
paga los tragos?
Puede
que salga una directiva que lesione derechos fundamentales como la libertad de expresión
o a la privacidad. Y el escándalo no
debiera ser que un grupo de autores defiendan sus derechos sino que la sociedad
piense que es más importante salvaguardar un derecho de autor que tampoco les
da de comer por derechos tan importantes para la democracia como el derecho a
la libertad de expresión o a la privacidad.
¿Quién
en su sano juicio está dispuesto a entregar monedas de oro para salvaguardar
unas migajas?
Eso
es todo lo que tengo que decir. ¿Eres autor? ¿Eres creador? ¿Qué opinas de todo
esto?
¡Te
espero en los comentarios!
Etiquetas: azar, bienes culturales, bienes intangibles, copyright, derechos de autor, economía creativa, economía de la cultura, industrias creativas, Jeremy Rifkin, libertad de expresión, privacidad