Hoy quise sentarme a
escribir porque estuve pensando mucho sobre el azar y la oscuridad a propósito
de algunos autores que estuve leyendo. Entonces me puse a escribir y creo que
en el medio me puse un poco cursi.
Que me disculpe el
lector.
Hace poco descubrí a
Rebeca Solnit, la ensayista afincada en San Francisco, especializada en asuntos
de género, medioambiente, arte y un largo etcétera. Su obra es variopinta pero
yo descubrí por casualidad en una librería de Buenos Aires, un puñado de
ensayos publicados por Editorial Fiordo titulado Los hombres me explican cosas (acá
puedes leer mi breve reseña y puedes googlear los numerosos artículos de ella y
sobre ella que hay) pero hoy me quiero enfocar en su ensayo dedicado a Virginia
Woolf.
En realidad, el
asunto no es Virginia sino el camino que explora a propósito de sus
reflexiones.
El artista busca lo
desconocido. Ese camino solitario y de incertidumbre es total. Yo he hablado de
esto en alguna otra ocasión cuando me refería a los escritores pero creo que estas reflexiones aplican a cualquier trabajador y en especial a los que se dedican a cualquier tipo de arte. Hay algo de
riesgoso en la labor del escritor. Algo que no responde al mercado. Estás explorando
historias que no sabes a dónde te llevarán.
Yo agregaría que el
asunto no solo tiene que ver con lo creativo sino también con lo crematístico. El
trabajador cultural está inmerso en una precariedad que contrasta fuertemente,
no solo con su formación, sino con el valor que aporta a la riqueza espiritual
y social de un país (he hablado de ello en Ensoñaciones
sobre los escritores, la economía y la vida eterna).
Yo hace tiempo
pensaba que no eran importantes los artistas sino los plomeros, los
electricistas, los arquitectos pero hay momentos de soledad y desasosiego absolutos
en la vida de una persona que se hace imprescindible alguna forma de evasión. Esas
formas nos las da el creador. Ellos nos ayudan a sobrellevar esa vida cotidiana
que a veces es muy fastidiosa.
Necesitamos escapar,
señores.
Todo el rato. Y para
ello, necesitamos que nos cuenten historias. Es lo que hacemos los escritores. Los
pintores. Los guionistas. Los actores. Los creadores de videojuegos.
Ellos nos permiten,
por un momento, vivir otras vidas. Porque, como todo escritor sabe, la propia
vida no es suficiente. Y en esa búsqueda hay algo desconocido que es a la vez
atrapante y aterrador.
Porque no sabes la
verdad y te la tienes que inventar. Y tienes que rellenar esos huecos con
fantasía. Con algo que no existió pero que al mismo tiempo pretendes que te
lleve a la verdad de las cosas. O a la belleza. O a cambiar algo que no sabes
cuándo sucederá.
Solnit habla de
oscuridad con respecto al futuro. Pero no de forma pesimista. La oscuridad es
el no saber y seguir adelante.
Es lo contrario a ese
tipo de pensamiento tan común hoy en día de pensar en la causa y el efecto. Frases
como: si hago un master es porque creo que el mercado me premiará. Si aprendo
algo es porque espero que en algún momento alguien me recompense. O si dedico
todo mi tiempo a mis hijos o a mi pareja, me lo van a recompensar.
Bullshit.
La vida es mucho más
cruenta. No hay una hoja de balances invisible en donde se va registrando todo.
Todo tiene consecuencias,
por supuesto. Pero tampoco sabes cuándo. Esa es la oscuridad de la que habla
Solnit y dentro de ese no saber, of course, cabe la esperanza. En sus palabras,
“Para mí, los motivos para la esperanza son, simplemente, que no sabemos
qué pasará después, y que lo improbable y lo inimaginable suceden todo el
tiempo. La historia no oficial del mundo muestra que los individuos dedicados y
los movimientos populares pueden moldear y han moldeado la historia, pese a que
no se pueda predecir cómo y cuándo venceremos, ni cuánto tiempo llevará
lograrlo” (p.80)
El reino de la
incertidumbre no es para todos pero lamentablemente nadie está exento de ella. Ya
he hablado mucho sobre el papel de la suerte en nuestras vidas tanto cuando he
escrito sobre Barbara
Ehrenreich como cuando hemos analizado los
cisnes negros de Taleb. Y sobre cómo la meritocracia es una farsa. Natalia Guinzburg
va en este sentido cuando dice:
“Con frecuencia, los sacrificios no tienen ningún premio, y a menudo,
las malas acciones no son castigadas, al contrario, a veces son espléndidamente recompensadas
con éxito y dinero. (…) sin embargo, es preciso amar el bien y odiar el mal, y
no es posible dar con una explicación lógica de esto”. (p.157)
La vida es injusta y
oscura pero esto, lejos de sumirnos en la desesperación, nos tiene que servir
para lograr la mejor versión de nosotros mismos. Por amor a la belleza de las
cosas bien hechas. Porque lo bueno no tiene utilidad.
Simplemente es.
Y cuando existe es
maravilloso.
Etiquetas: azar, Barbara Ehrenreich, economía creativa, pensamiento positivo, Rebeca Solnit, Taleb